A partir del siglo XVIII se inició en Europa y Estados Unidos, el proceso conocido como Revolución Industrial que difundió ampliamente la idea de progreso aparejada a la de una industria nacional. De esta manera, el mundo se dividió en los ‘países del centro’, altamente industrializados y productores y los de la ‘periferia’, dedicados principalmente a exportar materias primas y para quienes, el desarrollo y la industrialización se establecieron como paradigmas a alcanzar. Las colonias americanas, desde sus orígenes fueron concebidas por la metrópoli española como centros de exportación de materias primas, por lo que los bienes manufacturados que recibían las colonias eran provistos desde España, por las casas de importación determinadas por la corona.
En la década de 1850, cuando Chile inicio su primer período de expansión económica, comenzaron a organizarse las primeras fábricas modernas con dimensiones, desarrollo técnico y organización del proceso productivo en una misma unidad. Lentamente se levantaron complejos que dejaron de ser artesanales, reunieron a más de diez empleados, incorporaron motores a vapor como principal fuente de energía y establecieron al salario como el intermediario entre el empresario y la mano de obra, generando un nuevo tipo de relación social. Se trató así, de un cambio estructural, tanto cualitativo y como cuantitativo. Los sectores industriales más desarrollados durante esta primera etapa (1850-1875), fueron el textil, los alimentos, el cuero y calzados, madera y muebles, papel e imprenta y los productos metálicos, siempre impulsados por iniciativa y capacidad privada, lo que provocó un desarrollo desigual a lo largo del territorio. De la mano del despertar industrial, la expansión económica también implicó un crecimiento en los sectores tradicionales de la agricultura, comercio, minería y servicios. La introducción de la energía del vapor, significó una transformación en el sector productivo y en el del medio de transporte que no sólo demandó talleres y personal calificado, sino que acortó las distancias y amplió los mercados. Por otra parte, incentivó a la agricultura y la minería a un mayor procesamiento de las materias primas a exportar. Los inicios de la producción manufacturera se caracterizaron por la tendencia a la concentración del capital y tecnología en unas pocas industrias, acompañadas de múltiples establecimientos menores. Se trataba, en general, de fábricas escasamente capitalizadas, a excepción de las ligadas al rubro de la minería. Esta situación era la que se vivía en Limache, localidad ubicada; unos 40 kilómetros de Valparaíso, donde se instalaron tres industrias de grandes dimensiones. Entre ellas, la Fábrica de Jarcias (1864) que contaba con más de 5000 metros construidos, motores a vapor de potencia superior a 20 HP y más de 100 trabajadores. Estaba acompañada de varias industrias mucho más pequeñas, de unos 500 metros cuadrados, con un promedio de 6 HP en sus motores y con una mano de obra entre 10 y 20 trabajadores. Este era el modelo que se repetía en todos los centros industriales de Chile. Cada sector industrial contaba con empresas líderes que sirvieron como ejemplo y abrieron un espacio en el mercado para las manufacturas chilenas, las que fueron recibidas con desconfianza en un comienzo por el mercado nacional, debido a su producción de bienes de calidad. Ejemplo de estas unidades fue la Fábrica de Paños Bellavista de Tomé (1865). La mayoría de los insumos y materias primas eran extranjeras, así como los modelos y diseños. Los paños Bellavista, por ejemplo, importaban sus materias primas de Europa, Estados Unidos y Argentina, lo que limitaba los niveles y escala de la producción, a lo que se le agregaba la falta de personal calificado, lo que acrecentaba la dependencia del extranjero. La crisis mundial de la década de 1870 tuvo un fuerte impacto en la industria nacional. Muchas fábricas debieron cerrar, los ingresos de las exportaciones se redujeron y con ellos la posibilidad de aumentar el ya limitado capital industrial. Pero la Guerra del Pacífico, iniciada en 1879, dio un nuevo impulso a la misma, debido a que implicó un aumento productivo en la producción bélica, beneficiando a de manera especial a la industria metalúrgica. Los textiles también tuvieron un apogeo, pues contribuían con telas para los uniformes, cordeles, entre otras cosas. Además, el alza de los aranceles para aumentar los ingresos fiscales, implicó un beneficio a la manufactura nacional haciéndola más competitiva. Tras la guerra comienza una nueva etapa de industrialización, caracterizada por su expansión y diversificación. Los nuevos territorios aportaron la riqueza del salitre, principal producto de exportación, que proporcionaba las divisas para los planes de modernización. Las importaciones de bienes de consumo fueron superadas por las de bienes de capital y de materias primas industriales, entre 1880 y 1919. Mientras la población urbana del país aumentaba, al igual que la demanda de bienes manufacturados y las industrias se concentraban en torno a las zonas más pobladas conformando dos polos principales, uno en la zona costera Tomé-Lota, en torno a Concepción; y otro en el eje Santiago-Valparaíso. En 1883, se organizó la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), asociación que representaba los intereses generales del sector. Entre sus primeras iniciativas estuvo la organización de una Exposición Nacional (1884), para presentar el grado de desarrollo alcanzado por el sector manufacturero del país. Su interés principal se centró en la difusión de la enseñanza técnica e industrial con el fin de solucionar la limitación de mano de obra especializada; la formación de una estadística del sector, información publicada en el Boletín de la Sociedad; promover una política arancelaria que beneficiara a la industria nacional y participar en la promoción de la explotación de recursos naturales útiles para la industria, investigando sus posibilidades y publicándolas. Sociedad de Fomento Fabril Surgió en 1883, como una iniciativa de los industriales, que coincidió con la del gobierno de Domingo Santa María para incentivar la industria nacional. Se trató de una agrupación que representaba los intereses generales del sector y que actuó como protectora y auxiliadora de la industria nacional, dedicando sus esfuerzos para guiar al Estado en un plan de industrialización. El Boletín de la Sociedad, actuó como instrumento de vinculación entre los industriales del país. Los acuerdos y memorias, las leyes y decretos, las nuevas patentes de invención, informaciones económicas, las técnicas y procedimientos de elaboración de productos, además de información acerca de las materias primas disponibles en el territorio nacional, eran publicados en él. Exposición Nacional de 1884 Fue una de las primeras actividades de importancia organizadas por la Sofofa, y su objetivo fue presentar el grado de desarrollo de la industria nacional, a un público abierto. Para ello durante todo el año se prepararon premios, programas, arreglos y otros detalles. Los encargados se organizaron en dos comisiones. Entre sus integrantes estaba Román Espech, quien en 1887 publicó su Colección de artículos encaminados a demostrar la necesidad de crear manufactura nacional y los medios de conseguirlo y Luis Zegers, a cargo del primer curso de electricidad dictado en Chile. El 26 de octubre la Exposición abrió sus puertas al público, en el edificio construido especialmente para su realización, en la Quinta Normal de Agricultura. La percepción de prosperidad material e intelectual se percibe en las palabras del señor Guillermo Puelma Tupper, parte del directorio de la Sofofa, quien declara en el Boletín Nº19, que… …La sección industrial ha sido una grata sorpresa para todos. Ella revela que en los últimos diez años, de los que el país ha pasado cinco ocupado en la guerra Perú-boliviana y los otros cinco abatido por una crisis financiera de extraordinarias proporciones, no sólo se han mantenido las fábricas establecidas, sino que también la industria en general ha continuado en vía de progreso y desarrollo que, por las condiciones y variados productos de nuestro suelo, caídas de agua, minas de carbón y de todo jénero de metales, Chile está llamado a alcanzar…* (Tupper, citado en Ceppi, S. et. al. Chile. 100 Años de Industria (1883-1983), editado por la Sociedad de Fomento Fabril. Santiago, Chile. 1983. p. 81). Exposición Nacional 1884 Valparaíso en la Esposición Nacional de 1884. Valparaíso : Impr. del Nuevo Mercurio de Recaredo S. Tornero, 1884. El sector metalmecánico, apoyado por el impulso dado por la Guerra del Pacífico y el salitre, se puso a la cabeza de la industria. Inició el siglo XX en esta posición y se mantuvo por al menos dos décadas más en ella. En el nuevo siglo, el sector manufacturero nacional vivió un período de crecimiento y diversificación. Nuevas fábricas entraron en funcionamiento, como la Compañía de Cervecerías Unidas (1902), la Fábrica Nacional de Vidrios (1904), la Imprenta y Litografía Universo (1906), la Compañía de Cemento Melón (1906) y la Compañía de Molinos y Fideos Carozzi (1907). Se trataba de establecimientos modernos que producían a gran escala, en su mayoría de sociedades anónimas. Los rubros de alimentos y vestuario fueron los que mayor número de empresas instalaron. La industria a principios del siglo XX Durante las primera décadas de 1900 la industria vivió un proceso de concentración, que produjo una disminución en el número de establecimientos. La concentración se dio al mismo tiempo que se modernizaban los procesos productivos. Las máquinas comenzaron a sustituir a los trabajadores, causando una creciente cesantía. El mercado laboral repuntó al estallar la Primera Guerra Mundial. Numerosos productos que tradicionalmente eran provistos por países europeos comenzaron a ser fabricados dentro del país. Había comenzado a tomar forma el modelo de desarrollo "hacia adentro", basado en la sustitución de importaciones. La Primera Guerra Mundial fue una importante prueba para el sector manufacturero nacional pues, ante la suspensión de las importaciones, la manufactura nacional debió aumentar su producción para satisfacer la demanda interna; desafío al que respondió con éxito. Durante el período que duró el conflicto, este sector alcanzó un crecimiento del 9% anual, el empleo industrial aumentó en un 11% anual y el número de establecimientos mediano y grande creció a un 5% anual. De esta forma, la guerra significó el paso a un grado de “madurez” del sector. Se trató de una expansión cuantitativa, concentrada en la producción de bienes de consumo básico –como alimentos y vestuario- que no necesitaba de tecnologías avanzadas, ni de mano de obra muy especializada. Este auge fue transitorio. El fin del conflicto implicó la reaparición de la competencia y, la industria nacional de anticuadas maquinarias, enfrentó una fuerte crisis y muchas fábricas se vieron obligadas a cerrar. La mantención de formas tradicionales, la falta de modernización y la falta de cambios cualitativos pesó durante la crisis de posguerra. El crecimiento cayó a un 3% anual. La década de 1920 estuvo marcada por la inestabilidad en el plano político, social y económico. La depresión internacional de principios de la década, el ocaso del salitre, los conflictos en torno a la propuesta de Arturo Alessandri Palma, entre otros factores, afectaron el desarrollo de la industria nacional. El sector metalmecánico, el más importante de las dos décadas anteriores, cedió el paso a rubros de productos de consumo y semi durables. Una industria modelo de estos nuevos sectores fue la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (1920). De todas formas, a pesar de la inestabilidad de la década, entre 1920 y 1929, la producción industrial presentó un 4,3% de crecimiento anual en promedio. En octubre de 1929, el mercado internacional entró en la Gran Depresión. Sus efectos comenzaron a sentirse en Chile al año siguiente y se radicalizaron en 1931. Esta crisis internacional dejó en evidencia la debilidad estructural de la economía chilena, dependiente del comercio exterior y del tradicionalismo en las relaciones sociales. Desde entonces, se abrió la puerta a los cambios que se venían gestando desde hace años. Ante la cruda crisis, el país se vio obligado a transformar las estructuras de producción y paulatinamente, se inició durante los años treinta un proceso de industrialización tendiente a la sustitución de importaciones. Impacto de la crisis de 1929 en la industria La crisis del 29 impactó fuertemente a la industria. Sin embargo, la contracción que sufrió la actividad manufacturera fue menor en comparación a la experimentada por otros sectores de la economía. Dentro de la industria, el sector textil se presentó como el más fuerte. La misma tendencia se ve en el proceso de recuperación durante la década de 1930, tras la crisis. El protagonista de esta etapa fue el empresario privado, quien impulsó a la actividad industrial, en un 5,4% anual, entre 1934 y 1938. Este proceso se hizo con lo ya instalado, y no hubo cambios significativos en la estructura industrial. En 1938 triunfó el Frente Popular, de la mano de Pedro Aguirre Cerda y comenzó, entonces, una nueva etapa caracterizada por el intervencionismo estatal. Una de sus primeras medidas fue crear un plan de fomento de la industria, para lo que se organizó, en 1939, la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO). Este nuevo enfoque de desarrollo buscaba que la producción nacional manufacturara los bienes que antes se traían del extranjero. Para ello, se abarataron los créditos y la industria tuvo prioridad, además de que se facilitó la instalación de nuevas fábricas. La economía nacional daba un giro de la minería de exportación hacia la producción industrial, dedicada al mercado interno. Comenzó entonces un cambio cualitativo. Ya no se trataba de una industrialización espontánea, sino de un proyecto centralizado que buscaba disminuir la vulnerabilidad ante las fluctuaciones del comercio internacional. Un claro ejemplo de esto fue la rama textil. La acción estatal se concentró en estimularla a partir de las barreras aduaneras y del fomento del cultivo industrial de materias primas nacionales, como el lino y el cáñamo, para reemplazar el importado algodón. Con las lanas que antes se exportaban, los chilenos comenzaron a producir sus propios paños y vestidos. La idea fue ampliar los procesos de producción de la industria nacional, realizando las etapas de lavado, hilado, teñido, tejido, apresto y/o retorcido. A esto se sumaron las fábricas de manufactura de textiles, en que se producían medias, ropa interior, prendas de vestir, toallas, entre otros. Para la década de los cuarenta, la industria nacional se alzaba como símbolo del tan ansiado desarrollo y los intentos estatales se concentraban en ella. Faltaba aún superar los permanentes problemas estructurales heredados del siglo XIX, entre los que estaban la dependencia del comercio exterior, de las materias primas extranjeras, la permanencia de formas tradicionales, la extrema concentración territorial o la falta de capitalización y de modernización tecnológica y laboral. |