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Los ingenieros en Chile (1770-1940)
La llegada de los conquistadores a América, durante el siglo XVI, significó el establecimiento físico e intelectual de la civilización europea en un continente remoto, poblado por culturas y civilizaciones ancestrales, que llevaban una vida que resultaba extraña para los habitantes del viejo mundo.

Para transformar esta región amplia y culturalmente tan diversa en parte integral del Imperio más pujante de la época las autoridades peninsulares debieron impulsar medidas en distintos frentes. Entre ellas, se contaba un activo trabajo en el área de la infraestructura: fue necesario construir nuevas ciudades, puertos, caminos, canales, sistemas de regadío, fundiciones, industrias, fortificaciones y edificios. Para llevar a cabo este amplio programa de desarrollo de infraestructura fue necesario importar conocimientos científicos y tecnológicos de Europa. Junto con ello, fue necesario traer a los profesionales para llevar adelante las grandes: de esa manera llegaron a América y Chile los antecesores de los ingenieros.

El ingeniero profesional: entrevista al historiador Jaime Parada

La ingeniería tuvo gran desarrollo en Europa y Estados Unidos, a principios del siglo XIX. El crecimiento de la profesión pronto saturó el mercado laboral. Había más ingenieros que proyectos. Muchos de ellos debieron abandonar sus países, para tentar suerte en naciones como Chile.  Estas naciones recién constituidas necesitaban modernizarse y transformar su realidad natural. Gracias al aporte de estos extranjeros se pudo llevar adelante grandes programas de desarrollo de la infraestructura local. También fue posible preparar las primeras generaciones de especialistas, en el plano local.  


La ingeniería tuvo un desarrollo limitado durante el periodo colonial. La Capitanía General de Chile constituía, a la sazón, una zona periférica y bastante pobre dentro del Imperio, en la que se realizaban pocas obras de adelanto. La principal excepción, en este cuadro general de pobreza, se daba en el frente de la defensa. Chile era territorio de guerra, además de la última frontera del Imperio: al sur del Bíobío estaba el indómito pueblo mapuche, llevando una vida independiente; además, había que enfrentar la periódica llegada de piratas y corsarios, que ingresaban por esta puerta austral, para atacar a las naves españolas y las grandes ciudades americanas. 

Para ofrecer seguridad al Imperio fue necesario mantener un contingente militar importante en Chile y construir numerosos fuertes. 

La política de defensa fue el principal motor de desarrollo de la ingeniería en esos años. Entre 1700 y 1818, se registró la llegada al país de 43 ingenieros militares, principalmente españoles, a los que se les asignó la misión construir los fuertes y de rediseñar los puestos fronterizos establecidos en el territorio mapuche.

Durante el siglo XVIII, las zonas periféricas del imperio comenzaron a vivir un periodo de progreso, como resultado de las redefiniciones impulsadas por los Borbones. La situación de la pequeña Capitanía General de Chile comenzó a cambiar. Esto se reflejó en el ámbito material: las obras civiles comenzaron a tomar tanta importancia como las militares, bajo el impulso de una serie de gobernadores muy activos.

Mientras se producían estos cambios, se iba conformando un pequeño núcleo de grandes ingenieros, responsables de liderar los proyectos de transformación que tuvieron lugar en los últimos años del periodo colonial. En este grupo destacaban figuras como el irlandés Juan Garland, que participó en los estudios que condujeron a la construcción del Puente de Cal y Canto; Gregorio Goyonechea, quien construyó un puente de piedra sobre el río Aconcagua en 1747; Mariano Pusterla que trazó un camino entre Valdivia y Chiloé; José Antonio Birt, Leandro Badarán y Antonio García Carrasco, quienes participaron en la fortificación de San Antonio y Valparaíso, entre otras obras.

Canal de Maipo
Plano de llano del Maipo  En Sociedad del Canal de Maipo, 170 años / Asociación de Canalista [Chile] La Asociación, 1997. Una de las construcciones más representativas del siglo XVIII fue el canal San Carlos, cauce que conectó el río Maipo con el Mapocho. Esta obra emblemática que comenzó a diseñarse en 1742 y fue inaugurada recién en 1820, impactó por su gran envergadura e importancia para la agricultura de la región.



Sociedad del Canal de Maipo
Sociedad del Canal de Maipo: 170 años. [Chile]: La Asociación, 1997. 


La formación del ingeniero, durante el periodo colonial, enfrentaba grandes dificultades. En esa época la elite daba preferencia a los estudios humanistas, por sobre los estudios de ciencias. Esta actitud explica el poco interés que despertaban los estudios de matemáticas entre los jóvenes: 1747 y 1812 no se graduó ningún alumno en esa área en la Universidad de San Felipe.

La elite ilustrada de la época percibió la gravedad del problema e intentó promover un cambio, a través de la creación de La Academia de San Luis (1797). Se trataba del primer establecimiento destinado al fomentó de la educación técnica y científica. Su objetivo era mejorar el capital humano con que contaba el país, potenciando una formación moderna, orientada a impulsar la actividad económica del país, concentrándose en la minería, el comercio, la industria y la agricultura. Para la cátedra de matemática se recurrió a ingenieros, entre los que destacó Agustín Caballero, quien demostró una gran vocación para formar discípulos.

Hacia fines del periodo colonial la ingeniería se había asentado, pero el ingeniero seguía siendo un profesional con poca tradición y una posición social deslucida. Este panorama comenzó a cambiar tras la Independencia. La elite criolla que derrotó a los españoles tuvo que enfrentar la tarea de transformar la antigua división administrativa de un gran imperio europeo, en una nación independiente, autónoma y moderna. Para dar forma a la nueva república era necesario contar con una elite de ingenieros capacitados que fueran capaces de implementar políticas de modernización y de mejorar los sistemas de producción, transporte y conectividad. Como no había en el país profesionales con una buena formación teórica y práctica, fue necesario abrir las fronteras y contratar especialistas en distintas áreas técnicas y profesionales, que fueron los responsables de conducir la gran transformación que estaba iniciando el país. 

Gustave Verniory Diez años en Araucanía, 1889-1899.
Los ingenieros extranjeros que lideraron los grandes proyectos en el desarrollo de la infraestructura eran jóvenes con una sólida formación teórica, pero con gran sentido de la aventura. Uno de ellos fue Gustave Verniory, ingeniero belga que llegó a Chile cuando tenía 24 años, y se internó en el corazón de la araucanía, poco después de que esas tierras fueran incorporadas a la soberanía nacional. Su diario nos dejó un valioso registro de las condiciones difíciles bajo las cuales debían realizar sus labores profesionales:

Diciembre de 1890
He estado a punto de ser víctima de un serio accidente. Había pasado el día trabajando solo en Quillén, habiéndose quedado Alvarez en la oficina en Lautaro. Se hacía de noche, una noche muy oscura, cuando tomé en el carro de empuje mi camino de regreso. Entre Quillén y Lautaro, el tren circula por la línea angosta había estado ocupado todo el día en efectuar movimientos de tierra. En la tarde debía volver a la faena de Lautaro, donde se alojan los obreros. Yo creía que la vía estaba libre cuando me senté en el banquito colocado sobre la plataforma. Al llegar a una bajada muy pronunciada, los obreros saltaron al carro que descendía a gran velocidad en la oscuridad de la noche. Bruscamente, se produjo el accidente, sin que me diera cuenta.
Anochecía cuando los peones iban a descargar el tren. El jefe de taller juzgó oportuno abandonarlo en la terraza hasta el día siguiente; soltando la locomotora regresó a Lautaro con todo su equipo amontonado sobre el tender.
En el momento del choque, mi vagoneta, más baja que el último carro, se metió debajo de éste. Mi cabeza chocó en la parte trasera del chasis y fui lanzado sin conocimiento sobre el terraplén, barriendo a los dos hombres sentados detrás de mí, que no sufrieron ningún daño. Ellos me tendieron sobre la hierba. Quedé inconsciente más de un cuarto de hora. Cuando volví en mí, estaba empapado de agua que los dos peones me arrojaban a la cara sin cesar, y que iban a sacar por turno en sus sombreros a un arroyuelo cercano.
Comencé por tocarme los miembros y estirarlos suavemente; gracias a Dios no tenía nada quebrado. Ayudado por mis dos hombres, llegué a ponerme de pie y a dar algunos pasos. Sentía la cabeza pesada y el cuerpo encorvado, pero me di cuenta de que había salido bien librado. Mis lentes, naturalmente, habían desaparecido.
Alumbrándose con fósforos, los dos obreros lograron sacar la vagoneta, que estaba intacta; la transportaron al otro lado del tren y la colocaron nuevamente en los rieles. Sostenido por mis compañeros, medio aturdido aún, tomé asiento sobre el banco que habían recogido.
La vía pasa frente a la oficina. Cuando llegamos, Alvarez, atraído por el ruido e inquieto por mi atraso, salió. Viéndome descender penosamente del carro sostenido por dos hombres, exclamó:
“¡Caramba, qué borrachera, querido amigo! ¿Cómo ha podido quedar en este estado?” Yo tenía el rostro cubierto de sangre.
Se hizo venir al doctor Pillonel, pero estaba tan borracho, que fue doña Peta quien me lavó y me vendó lo mejor que pudo.
En resumen, yo no tenía sino rasguños, pero la contusión era tan fuerte que durante quince días tuve la cara de color violeta.

Gustave Verniory. Diez años en Araucanía, 1889-1899. Biblioteca Bicentenario, Pehuén (2001), Chile, pp. 160 a 162.


Uno de los primeros rubros para los que se contrató extranjeros fue la minería. En un intento por dar un impulso al sector -que hasta comienzos del siglo XIX utilizaba métodos tradicionales de producción- se recurrió a la importación de maquinaria europea, lo que implicó introducir el modelo europeo de producción. Junto con la nueva tecnología, llegaron técnicos que realizaron una serie de estudios sobre la situación y explotación de los recursos mineralógicos del país. Uno de los más destacados fue el ingeniero francés Carlos S. Lambert, que llegó a Chile en 1817, como representante de una compañía minera inglesa en La Serena. Su influencia no se limitó a la implementación de nuevas tecnologías en la actividad minera, como el horno de reverbero, sino que fue especialmente significativa por su contribución al fomento de los estudios científicos y a la enseñanza especializada de la mineralogía.

Carlos S. Lambert Noticia general de los minerales de las provincias del norte de Chile en estado actual (1819).
Como parte del programa de tecnificación minera, la Compañía Inglesa Sud América, contrató al francés, ingeniero de minas, Carlos S. Lambert, quien llegó a Chile en 1817, instalándose en La Serena. Formado en Minería, Metalurgia y Geología Matemática en la Escuela Politécnica de París, adquirió experiencia minera en Francia y Alemania. Una de las labores por la que fue contratado fue la realización de un catastro sobre la situación minera del país sobre lo cual se instalarían y adaptarían los nuevos avances tecnológicos europeos. Al respecto escribió el artículo “Noticia general de los minerales de las provincias del norte de Chile en estado actual”, publicado en el periódico El Telégrafo en 1819. En el escrito denuncia la precaria situación en que se encontraba la minería nacional, producto de la utilización de técnicas tradicionales que no optimizaban los recursos, malgastando más leña de la necesaria para la fundición y desaprovechando parte de los minerales. Señalaba también lo potenciales del territorio como los minerales, los cuales consideraba como “sumamente abundantes y de extraordinaria ley” pero que las falencias del sistema que “impiden disfrutar sus riquezas”.
Esta crítica fue importante por el impacto que alcanzó en el debate público. Motivó la instauración de una enseñanza minera y de un conocimiento más especializado, capaz de apoyar y fomentar la tecnología en los procesos productivos.  

Ignacio Domeyko, ingeniero polaco, sentó los precedentes de un nuevo enfoque educacional en Chile. En 1838, contratado por el gobierno chileno, a través de Lambert, llegó a enseñar química y mineralogía en Coquimbo. A los dos años, catorce de sus estudiantes fueron, en la práctica, los primeros ingenieros de minas chilenos. Una década más tarde, se incorporó como profesor al Instituto Nacional (1813) donde enseñó química, física y mineralogía y su afán por llevar los conocimientos científicos a la práctica, lo llevaron a transformar la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile en la Escuela de Ingenieros, alrededor de 1852.

Esta carrera universitaria permitía acceder al título de ingeniero geógrafo, en minas, puertos y caminos, ensayador general y arquitecto. Sin embargo, nuevamente se hizo evidente no sólo la falta de profesores chilenos calificados para impartir estas materias, sino que también el escaso interés por estudiar carreras industriales. La ausencia de una tradición matemática y de un programa de estudios completo, además del escaso mercado y prestigio social que implicaba ser ingeniero, asociados más bien a sectores sociales más pobres y menos preparados, no motivaba el ingreso de alumnos. Entre 1857 y 1870, se titularon sólo 128 ingenieros, la mayoría en la especialidad de geógrafos.

Aunque a partir de la década de 1860 se comenzó a desarrollar un rápido proceso de transformación económica y avance tecnológico, que requería una mayor presencia de ingenieros en el mercado, las posibilidades no se abrieron para los profesionales chilenos. Los contratistas consideraban que los ingenieros extranjeros tenían una mayor capacidad técnica, eran más confiables y con mejores vinculaciones con el sector financiero internacional, lo que dejaba a los técnicos nacionales en una posición desfavorable, al depender casi exclusivamente de la contratación de empresas.

En 1843, se fundó el Cuerpo de Ingenieros, asociación que reunía a ingenieros nacionales, formados en la práctica y el trabajo, y extranjeros. Luego de treinta años de funcionamiento, fue reorganizado y bautizado como Dirección de Obras Públicas, organismo encargado de la formulación de proyectos y de estudios científicos. A fines del siglo XIX, la institución se vio sobrepasada por el impulso estatal a la planificación y construcción de obras públicas, por lo que se hizo necesario la creación de una entidad capaz de organizarlas de manera sistemática y en función de las necesidades del país. Para ello se fundó el Ministerio de Obras Públicas e Industria en 1887 y al año siguiente se creó el Instituto de Ingenieros, la primera asociación profesional de ingenieros chilenos.

Justicia Espada Acuña Mena (1893-1980)
La primera mujer en titularse como ingeniero civil en Chile y en Sudamérica fue hija de Mercedes Mena y el masón José Acuña Latorre, ingeniero formado por la experiencia y dedicado a la construcción e instalaciones domiciliarias.
Justicia entró a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile en 1913, siendo compañera del futuro presidente Jorge Alessandri Rodríguez y titulándose juntos en 1919. Era la única mujer en toda su facultad. Algunos años después esta situación no había cambiado. Entre 1940 y 1959 las mujeres representaban el 1 % del alumnado en la Escuela de Ingeniería.
Contrajo matrimonio con su compañero universitario Alfredo Gajardo Contreras, con quién tuvo siete hijos. En el ámbito laboral, se desenvolvió en la Empresa de Ferrocarriles del Estado, como calculista del Departamento de Vías y Obras. Murió en 1980 y al año siguiente su nombre entró a formar parte de la “Galería de los Ingenieros Ilustres” donde el Colegio de Ingenieros de Chile ubica los retratos de los profesionales distinguidos por la institución. Asimismo, desde 1991 se entrega un premio que lleva su nombre, a la mujer ingeniero que se haya destacado en su profesión.  

En 1889 se reformó el programa de estudios de la Universidad de Chile, tendiendo hacia una mayor especialización. Nuevamente se contrataron ingenieros extranjeros, pero esta vez también hubo profesores chilenos, que habían estudiado en Europa. Entre ellos destacaron Manuel Aldunate, Ricardo Fernández, Washington Lastarria, José Ignacio Vergara y Luis Zegers.
 
En este nuevo escenario los ingenieros comenzaron a adquirir prestigio y puestos de trabajos importantes, consolidándose a comienzos del siglo XX, no sólo en el diseño y ejecución de las obras públicas, sino que también en la administración pública y en el ámbito privado. Así los ingenieros chilenos se posicionaron como un cuerpo sólido y capacitado que trabajaba junto a los técnicos europeos.

El aumento en la valoración de esta carrera profesional, motivó la apertura de nuevas escuelas: La Universidad Católica (1888) inauguró la Facultad de Ingeniería en 1895; la Universidad de Concepción comenzó a impartir la carrera en 1919; y años más tarde, en 1931, lo hizo la Universidad Federico Santa María. Las mujeres también comenzaron a interesarse por la profesión, titulándose la primera en 1919.

Durante el transcurso del siglo XX, los ingenieros se consolidaron como actores estratégicos en la coyuntura nacional, ya fuese mediante la promoción de ideas y planes desde funciones administrativas, o en su quehacer estrictamente profesional en el ámbito privado. Un claro ejemplo de fue la publicación del Instituto de Ingenieros Política eléctrica chilena (1935) -que contenía los trabajos de Reinaldo Harnecker, Fernando Palma Rogers, José Luis Claro Montes, Hernán Edwards Sutil, Vicente Monje Mira y Darío Sánchez Vickers- a través de la cuál, ingenieros proponían un diseño general en materia eléctrica, que sirvió de fundamento para la acción específica del Estado.
 
El auge e importancia que adquirieron los ingenieros en la construcción del país se reflejó en el gobierno de Carlos Ibáñez entre 1927 y 1931, donde miembros de la profesión ocuparon cargos claves en la reestructuración del Estado. En la década del treinta los ingenieros participaron activamente del proceso de industrialización dirigido por el Estado y la Corporación de Fomento (1939), organismo pilar de la profesión, a partir del cual planificaron y organizaron la economía e industria nacional durante las décadas siguientes.
 
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