La autora de los textos incluidos en la compilación "Chile, país de contrastes", nació en Vicuña, el 7 de abril de 1889. Luego de pasar sus años de infancia en las localidades de Montegrande, La Unión y en la ciudad de La Serena, inició una temprana carrera como educadora y escritora. En 1904 comenzó a trabajar como asistente en la Escuela de La Compañía Baja e inició sus primeras colaboraciones al diario El Coquimbo y poco después a la Voz de Elqui. En 1908 fue designada profesora primaria en la localidad de La Cantera, dos años antes de recibir su título en la Escuela Normal N°1 de Santiago.
Su vida como educadora llevaba un ritmo normal hasta el año de 1914, cuando sus “Sonetos de la muerte”, recibieron el primer premio en los juegos florales, organizados por la Sociedad de Artistas y Compositores. Había comenzado su carrera como poetiza.
En 1919, mientras se desempeñaba directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas, publicó “Desolación”, su primer libro de poemas.
La obra adquirió rápidamente gran notoriedad, transformándola en una figura reconocida a nivel internacional.
Luego de desempeñarse como profesora en Temuco, Gabriela partió a México acompañada de su secretaria, Laura Rodig. Había sido invitada por el gobierno de ese país para interiorizarse de la profunda reforma educacional que estaba teniendo curso en ese país. Luego de aprovechar su estadía en México para publicar sus Lecturas para mujeres, Gabriela realizó viajes a Estados Unidos, Europa y distintos países de Latinoamérica.
La otra Gabriela Gabriela Mistral, primer Premio Nobel chileno y latinoamericano, fue mucho más que la poetiza y educadora que todos conocemos. Su producción intelectual es amplia y variada, destacando su rica producción narrativa, que comenzó a tomar forma tempranamente. A través de una prosa lúcida examina los principales temáticas que afectaban a la sociedad chilena y de los demás países de la región.
En noviembre de 1945 su obra poética fue reconocida en el mundo, al recibir el Premio Nobel de Literatura. Se trataba de la primera escritora latinoamericana en recibir esa distinción.
Gabriela nunca más volvió a radicarse en el país. Transformada en una celebridad internacional, llevó una vida itinerante que le sirvió para enriquecer su repertorio literario con una basta y diversa producción.
En 1957 la sorprendió la muerte en Nueva York.
Había legado al país y a la literatura mundial una obra poética de gran valor. Pero junto con ella, una obra de igual calidad que sólo con posterioridad pudo ser reconocida: su prosa.
El libro que ha sido publicado en la colección Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile reúne una selección textos en prosa, compuestos entre 1906 y 1953. Su publicación ha sido posible debido a la llegada al país de un valioso legado de diversos materiales que permanecieron por años en poder de Doris Dana, la gran amiga y albacea de Gabriela Mistral.
Estos escritos cruzan diversas temáticas: la educación, las injusticias sociales, el papel de la mujer, la difícil integración de los países latinoamericanos, el militarismo, los grandes sistemas ideológicos de la época, los derechos humanos, la carrera armamentista, el americanismo, el indigenismo, la cuestión agraria, entre otros.
Se trata de las temáticas más urgentes que presentó una época llena de encrucijadas, tanto para Chile como para Latinoamérica.
Esta obra reflexiva nos muestra a la otra Gabriela: una de las más grandes intelectuales latinoamericanas del siglo XX.
La transgresora
Gabriela fue una transgresora, que reaccionaba con fuerza y con brillo frente a todo lo que encontraba injusto.
Sus escritos siempre provocaban diversas reacciones en el Viejo Chile. Gabriela lo sabía:
“Que me perdonen en este artículo las alusiones personales. Lo aprovecho para contestar algunas ingenuidades dañinas y también algunas majaderías que sobre mi fobia feminista he dejado correr durante dos años de paciente silencio” (Gabriela Mistral, “El voto femenino”, en El Mercurio, Santiago, 17 de junio de 1927).
Siempre alerta, las preocupaciones de Gabriela por Chile fueron constantes y bien informadas. Sus comentarios no tuvieron freno y en más de alguna ocasión esto le fue caro.
“Gabriela Mistral era muy susceptible. Según su traductora Mathilde Pomès sufría a ratos delirios de persecución. Durante una comida de escritores en Madrid, le pareció que alguien pronunció un discurso ‘muy especialmente endilgado a mí’. Escucha decir... que ella siente gratitud porque los conquistadores españoles entraron en contacto con las indias, cosa que efectivamente no sólo había dicho sino también escrito. Algún exagerado... hizo en voz alta una aclaración muy especifica: ‘Lo que sucede es que esta señora no sabe que si los españoles tomaron indias, fue porque allí no había monas’” (Volodia Teitelboim, Gabriela Mistral pública y secreta, 1996, pp. 217-218).
Gabriela está fuera de sí. Reclama, pero no es escuchada.
Durante la persecución que sufrió Pablo Neruda, entre 1946 y 1952, como opositor al gobierno de Gabriel González en Chile, por la llamada “Ley maldita” que proscribió al Partido Comunista, Gabriela fue notificada por el Ministerio de Relaciones Exteriores con una prohibición de recibir al que por esos años era ya su amigo, en el consulado que tenía a su cargo. Al respecto, Gabriela Mistral, comentó tiempo después:
“Me prohibieron desde allí recibir en el consulado a Neruda. ¡Qué poco me conocen! Me hubiera muerto cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al más grande poeta de habla hispana y, por último, a un chileno perseguido. Yo fui perseguida. ¡Y cómo!” (Fernando Alegría, Creadores en el mundo hispánico, 1990, p.55).
Y al respecto escribió con lucidez y profundo sentido crítico, y, también, con no poca ironía y causticidad:
“Yo también he sufrido después de veinte años de escribir en un diario y de haber escrito allí por mantener la ‘cuerdecita de la voz’, que nos une con la tierra en que nacimos y que es el segundo cordón umbilical que nos ata a la madre. Lo que hacen es crear mudos y por allí desesperados. Una empresa subterránea de sofocación trabaja de día y de noche. No sólo el periodismo honrado debe comerse su lengua delatora o consejera; también el que hace libros ha de tirarlos en un rincón como un objeto vergonzoso si es que el libro no es de mera entretención para los que se aburren” (Volodia Teitelboim, Gabriela Mistral pública y secreta, 1996, p.289).
Pablo Neruda, consciente de este mal endémico de la mayoría nuestros medios de comunicación, arremetió, por su parte, contra el diario El Mercurio, por los artículos y alabanzas que aparecieron tras la muerte de Gabriela Mistral:
“...ahora llora lágrimas de cocodrilo, exoneró a Gabriela de su puesto de colaboradora por más de veinticinco años, por haber escrito a favor de la paz y de la coexistencia pacífica” (Volodia Teitelboim, Gabriela Mistral pública y secreta, 1996, p.319).
La Ley de Instrucción Primaria Obligatoria
La prosa de Gabriela abordaba, con inteligencia crítica, las temáticas más urgentes de su tiempo. Entre ellas, destacaba el problema educativo.
La década de 1920, fue en Chile un periodo de extensión de la enseñanza. Recordemos que en 1920 se legisló haciendo obligatoria la educación primaria por un periodo de cuatro años. Y este principio de la enseñanza primaria obligatoria, adquirió su rango constitucional en la Carta del año 1925. Pero Gabriela fue una adelantada en la urgencia de esta necesidad, especialmente en la mujer. Al respecto escribió:
“Si en la vida social ocupa un puesto que le corresponde, no es lo mismo en la intelectual, aunque muchos se empeñen en asegurar que ya ha obtenido bastante; su figura en ella, si no es nula, es sí demasiado pálida. Se ha dicho que la mujer no necesita sino de una mediana instrucción; y es que aún hay quienes ven en ella al ser sólo capaz de gobernar el hogar” (Gabriela Mistral, “La instrucción de la mujer”, en La Voz de Elqui, Vicuña, 8 de marzo de 1906).
Acerca de la posición de Gabriela Mistral respecto al problema de la enseñanza, Fernando Alegría precisa:
“Gabriela se educó para ser profesora y ya desde los 16 años fue de escuela en escuela, a lo largo de Chile, enseñando toda clase de cosas a niños y niñas tan pobres como ella, cultivando en sí misma la imagen de ‘maestra rural’ que sería más tarde el tema de uno de sus mejores poemas. Era entonces una joven alta, de frente despejada, pelo liso y estirado, de grandes ojos verdes y ademanes tranquilos, señoriales. Se vestía siempre de oscuro y las faldas del traje de sastre le llegaban siempre al suelo, llevaba zapatones macizos, como de hombre. Leía la poesía modernista de la época; prefería a quienes mostraban tendencias místicas como Amado Nervo. Devoraba las novelas de los rusos, Tolstoi y Gorki especialmente; pasaba muchas noches en vela escribiendo y fumando. Todo esto era una muestra de una actitud rebelde que la sociedad de su tiempo veía con malos ojos. La consideraban ‘rara’” (Fernando Alegría, Creadores en el mundo hispánico, 1990, p.47).
Para Gabriela Mistral la educación de la mujer era insoslayable:
“La instrucción suya es una obra magna que lleva en sí la reforma completa de todo un sexo. Porque la mujer instruida deja de ser esa fanática ridícula que no atrae a ella sino a la burla; porque deja de ser esa esposa monótona que para mantener el amor conyugal no cuenta más que con su belleza física y acaba por llenar de fastidio esa vida en que la contemplación acaba. Porque la mujer instruida deja de ser ese ser desvalido que, débil para luchar contra la miseria, acaba por venderse miserablemente si sus fuerzas físicas no le permiten ese trabajo” (Gabriela Mistral, “La instrucción de la mujer”, en La Voz de Elqui, Vicuña, 8 de marzo de 1906).
Al ser discutida una ley esencial para la República escribió al respecto:
“Ha sido despachada por el Senado la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, por cuya implantación han clamado los obreros en meetings, la prensa en centenares de editoriales y las sociedades de maestros en notas y en presentaciones. Formaba parte de la nueva ley un aumento de sueldos al profesorado primario, gestionado desde hace unos cinco o siete años ante el Gobierno” (Gabriela Mistral, “Sobre la Ley de Instrucción Primaria”, 1919).
Y fustigó con fuerza:
“Honor a los representantes del pueblo que en sus programas de trabajo por él incluya la instrucción de la mujer; a ellos que se proponen luchar por su engrandecimiento, ¡éxito y victoria!” (Gabriela Mistral, “La instrucción de la mujer”, en La Voz de Elqui, Vicuña, 8 de marzo de 1906).
Gabriela le tomó el pulso a la noble misión de enseñar cuando empieza a trabajar, a comienzos del siglo XX , como maestra en la escuela de la Compañía Baja, localidad aledaña a La Serena.
“Será entonces, como tantas de su tiempo, preceptora sin título... Allí penetra un día, tímida, la adolescente de cara redondeada y grandes ojos verdosos con la misión de impartir el aprendizaje más primario: lectura, escritura, aritmética. La muchacha tiene algo que alguien pudo considerar espíritu precozmente maternal y otros, don pedagógico... Relata con duende. Convierte la clase en sesiones de magia... Sienten la seducción del relato como si se les abriera el telón de un teatro al cual ellos nunca antes habían asistido” (Volodia Teitelboim, Gabriela Mistral pública y secreta, 1996, pp. 30 y 31).
La pasión se desencadena en Gabriela y sería para siempre. En realidad, a ella consagró su vida y en el poema:
“¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra. / Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes (...) Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes” (Gabriela Mistral, en Pedro Pablo Zegers B. et al., Recopilación de la obra Mistraliana: 1905-1922, 1998).
Ésta es la concepción profunda de su magisterio a la que fue fiel durante su vida. Y precisa con fuerza:
“Hay algo más importante que todas las quintas esencias de pedagogía teórica, y es esto: la enseñanza ha de estar llena de espíritu; el maestro para darla, debe ser un hombre idealista no por accidente sino por vida interior; sin desdeñar el confort de la sala y el auxilio del material copioso, hay que recordar que el alma del maestro importa más que eso, mucho más. Aquí como en religión, todo queda inerte, es vacío, si falta ‘la gracia’, el toque de fuerza de la palabra llena de... del maestro” (Gabriela Mistral, en Pedro Pablo Zegers B. et al., Recopilación de la obra Mistraliana: 1905-1922, 1998).
Gabriela sentía la urgencia de la educación, pero también apreciaba otras variables socioeconómicas que dificultaban la enseñanza:
“Es en las aldeas, donde se siente más imperiosa la necesidad de la Instrucción Primaria obligatoria. La creación de escuelas en los más ínfimos lugares, impone un aumento sin dar los beneficios cuya obtención inspiró. Los padres de familia, en su mayoría rústicos, no quieren privarse durante unos pocos años del trabajo de sus hijos, ni convencerse de que la instrucción es tan necesaria a su ser moral e intelectual como la salud a su ser físico. De ahí que, a pesar del favor que se concede a la educación popular el número de analfabetos es enorme, lo cual hace poco honor al rango intelectual de un país” (Gabriela Mistral, “Sobre instrucción primaria obligatoria”, en La Voz de Elqui, Vicuña, 29 de diciembre de 1908).
En las cercanías del centenario de la República le preocupaba el alto número de analfabetos que existía en el país:
“Este mal es que, en plena era de progreso, y en un país como en el nuestro, que no tiene mucho que envidiar a otros en adelanto intelectual, la cifra de analfabetos es abrumadora” (Gabriela Mistral, “Sobre el Centenario: ideas de una maestra”, en Pedro Pablo Zegers Blachet, La tierra tiene la actitud de una mujer, 1998, pp. 311-312).
Y exigía una participación más decisiva del Estado para solucionarlo:
“Vano es el empeño que buenos Gobiernos han mantenido de difundir la instrucción popular dotando de Escuelas a las más pequeñas poblaciones; pues no siendo reconocida por todos lo imprescindible de la Instrucción la asistencia a esas Escuelas es escasa, ya sea la causa de esto la ignorancia de los padres o sus estrecheces pecuniarias, a las que ponen remedio dando participación a las niñas en sus faenas, desde edad inadecuada, uno u otro motivo sugieren lo necesario de que la ley imponga, como otro cualesquiera, el deber de los padres sobre la instrucción de sus hijos, el castigo por la omisión de su cumplimiento” (Gabriela Mistral, “Sobre el Centenario: ideas de una maestra”, en Pedro Pablo Zegers Blachet, La tierra tiene la actitud de una mujer, 1998, p.312).
La carrera pedagógica y, por supuesto, su vocación incansable, sobre todo por sus antecedentes pedagógicos, Gabriela la concibe en relación a la variedad de su experiencia en el magisterio, que ejerció tanto escuelas rurales como en liceos de provincias (Antofagasta, Traiguén, Los Andes, Punta Arenas, Temuco) y en la capital. Roque Esteban Scarpa ve en su práctica magisterial una suerte de experimentación en terreno, en la cual sin dejar de lado las formas tradicionales de la pedagogía, podía estar en directo contacto con los pueblos originarios, los adultos y los niños de los pueblos más alejados, lo que la pusieron en una situación de privilegio para poder juzgar y sopesar la función real de la educación, así como sus defectos hasta el momento endémicos. De esta práctica permanente de Gabriela, inevitablemente surge una mirada muy crítica, muy severa que, en consecuencia, hace de su pensamiento pedagógico una instancia absolutamente actual, un pensamiento sorprendente por sus proyecciones, y, sobre todo, por sus intuiciones tan penetrantes y pertinentes, expresadas en su prosa en
“un estilo relampagueante y de una exactitud irónica. Roque Esteban Scarpa admira en sus escritos y su ideas, la valentía para sostener y mantener ‘principios’, que, además, constituirían la historia aún vigente, a pesar de ser fragmentaria, de la educación en Chile, en el largo transcurso temporal, cuando Gabriela fue parte activa, tanto en la práctica misma de aula, como en el raciocinio sobre ella” (Roque Esteban Scarpa, Magisterio y niño, 1979, p.18).
Por ejemplo, para Gabriela,
“el niño aparece como víctima de un fanatismo unanimista, desgarrado entre la opinión del padre, que es dueño suyo medio día, y entre la del maestro, que es poseedor del otro medio, cada uno atado a una fe o a una política y que le traspasa su verdad o su error como el color de sus ojos. Si el padre, en la mayoría de las ocasiones, no hace más que llevarle el alimento al hijo, porque sus ocupaciones lo desentienden de la preocupación real por su desarrollo cabal de hombre, la madre puede ser el factor formativo más importante” (Roque Esteban Scarpa, Magisterio y niño, 1979, pp. 21 y 22).
Algo que Gabriela vivió personalmente, pero sobre todo a través de su hermana mayor, Emelina Molina Alcayaga, dado que su padre, Gerónimo Godoy, fue siempre, para ella, la imagen de la ausencia.
La visión educacional del niño, según Mistral, está enraizada en la formación espiritual del niño. Gabriela Mistral pensaba que los esfuerzos y programas realizados en Chile para proteger la infancia, se reducían a meras vacilaciones y balbuceos: “cuanto se ha hecho hasta hoy dentro de nuestros sistemas para salvar la infancia, en conjunto, de la miseria y de la degeneración física y moral, ‘resulta pobre, vacilante y débil, y es un balbuceo” (Roque Esteban Scarpa, Magisterio y niño, 1979, p.22).
¿Tuvo Gabriela Mistral una opción política militante, para encarar esta problemática? La respuesta es que Gabriela Mistral, siempre miró con desconfianza a la clase política: “No fue una indiferente cívica pero detestó a muerte la politiquería, que la persiguió, la postergó y la hizo pasar malos ratos”, afirma Volodia Teitelboim sobre su particular visión de la casta dominante de la época e, incluso, cierta oposición. Por lo que, además, Teitelboim deduce que su itinerario político fue ajeno a cualquier compromiso ya sea partidista, o hacia una ideología específica: “Su posición aislada y altiva, además del apoyo que recibía de las mujeres de clase alta chilena, le creaban enemigos. La llamaban “arribista”. Manteniendo esta firme posición, continúa Volodia teitelboim, en relación a la infancia desvalida,
“descarta entre las soluciones el comunismo, porque arranca a la madre el hijo y se lo entrega a ‘esa horrible rueda fría que se llama funcionario de cualquier país’, porque abomina de educación en masa, pues busca la suma de individualidades, dentro de una norma colectivista” (Volodia Teitelboim, Gabriela Mistral pública y secreta, 1996, p.135),
Hacia 1910, la situación socioeconómica en Chile era muy compleja.
“Por la época, había en Santiago cerca de 1.600 conventillos y en los cuales vivía una población de 75.000 personas. Esto significó que los sectores más desposeídos vivieran en la promiscuidad, que causó múltiples enfermedades infecciosas: el cólera, la viruela, el tifus causaron estragos. Por lo tanto, la tasa de mortalidad infantil, altísima, era cada vez más alarmante. En el país de aquella época, había un 30 por ciento de mortalidad infantil. Por otra parte se indica se cuenta con un 35 por ciento de nacimientos fuera de un núcleo familiar. Y los niveles de educación, por ende, eran bajísimos y deficientes. El analfabetismo alcanzó un 49,7 por ciento en 1907 y cerca de un 36,7 por ciento en el año 1920” (Mariana Aylwin et al., Chile en el siglo XX, 2008, pp. 66 y 67).
Dentro de este desmejorado contexto social, en 1918, Gabriela celebra unos cursos de la Sociedad de Instrucción Popular. Escribe al respecto:
“unos cursos nocturnos de mujeres, y esto es de una inmensa significación para nuestra ciudad. Se trata de la primera escuela de tal índole que habrá en provincias. Es una honra para el grupo de mujeres que busca más amplitud de horizontes y muy principalmente para la institución que recoge la voz de los humildes y no mide la magnitud del esfuerzo, por medir la magnitud del servicio... Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que tarde en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se le invita con atraso y al que luego se simula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobre los dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres. No se crea que estoy haciendo una profesión de fe feminista” (Gabriela Mistral, “Educación popular”, pp. 212-213).
Fue también a comienzos del siglo XX cuando comenzaron las primeras críticas al carácter humanista, intelectual, abstracto o “libresco” de la educación impartida, que no preparaba a los alumnos para la vida práctica ni para las exigencias del desarrollo Nacional. Estos temas fueron tratados en los Congresos de Enseñanza Pública de 1902 y 1912, en los cuales también se criticó la adopción indiscriminada de modelos educacionales extranjeros.
“El conflicto entre la enseñanza humanista y la orientación práctica..., fue recogido por los dos ensayos sobre educación que mayor repercusión tuvieron en su época Nuestra inferioridad económica, de Francisco Antonio Encina, y El Problema Nacional, de Darío Salas. Para ambos, la educación chilena era uno de los factores principales de la crisis nacional” (Mariana Aylwin et al., Chile en el siglo XX, 2008, p.79).
Gabriela se adhiere a esta crítica en contra del humanismo libresco, lejano para ella de lo que más le parece urgente y que también, por qué no decirlo, le apasionaba de la educación: el contacto directo y pragmático con el educando. Al respecto consigna:
“Hay hoy en Chile una poderosa corriente pedagógica que pide con una justificada angustia que se transforme en institutos prácticos la mayoría de nuestros colegios y converjan hacia este vértice único los estudios de índole utilitaria. Hemos cometido el inmenso error de hacer de los estudios literarios el centro de toda la enseñanza. Tales estudios son lujo para especialistas y los programas de enseñanza como las leyes de un país, deben consultar las necesidades de las mayorías. La masa de un pueblo necesita capacitar, en breve tiempo, a sus hombres y a sus mujeres para la lucha por la vida. Hemos tenido la monstruosidad de enseñar durante 50 años los mismos programas con solo variantes pequeñas. Durante este periodo de tiempo, enorme en relación con los progresos febriles de la época, se han dictado leyes que han cambiado la faz espiritual de la nación; han nacido nuevas ciudades y se han transformado las antiguas, y la enseñanza, que debe iniciar las renovaciones, se ha quedado tras de todas ellas” (Gabriela Mistral, “Educación popular”, en Pedro Pablo Zegers Blachet, La tierra tiene la actitud de una mujer, 1998, p.216).
Como se ha podido apreciar, Gabriela no era la feminista que buscaba la absoluta igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Más bien buscaba a un equilibrio para la mujer, de acuerdo a sus aptitudes, facultades y su sexo mismo.
Con motivo de una moción parlamentaria escribió:
“Un grupo de diputados ha presentado a la Cámara un proyecto de ley de considerable alcance a favor de la mujer, porque le abre nuevos horizontes de trabajo, porque tiende a procurarle un campo de acción más extenso, de acuerdo con sus aptitudes, con sus facultades y con su sexo mismo” (Gabriela Mistral, en Pedro Pablo Zegers Blachet, La tierra tiene la actitud de una mujer, 1998, p.28).
Y se aprecia la mirada práctica de Gabriela:
“Se trata de conceder una considerable rebaja en la patente a aquellas tiendas de género cuyo personal sea femenino en sus tres cuartas partes. La rebaja que, por este capítulo, sufran los Municipios donde se implante esta medida, será compensada con un aumento de la patente que pagan los negocios de bebidas alcohólicas” (Gabriela Mistral, en Pedro Pablo Zegers Blachet, La tierra tiene la actitud de una mujer, 1998, p.28).
Feminismo
Feminista “crítica” al feminismo... incluso feminista de derechas, se ha dicho respecto a su posición a la función y los derechos de la mujer en el pensamiento y la prosa de Gabriela Mistral. Pero, respecto, y con cuidado, todos los matices, que hemos estado intentando demostrar, manifestados en la particular prosa de Gabriela, prosa que, por lo demás no sólo es estética, sino una visión global de mundo. Decir, “magisterio”, “lecturas”, “niño”, “indigenismo”, “americanismo”, etcétera, manifestado en sus escritos, aunque sea fragmentariamente, es compartimentar un pensamiento global, una, como decíamos, visión de mundo que se imbrica y calza y, claro, a veces, y tal vez, aparentemente, se contradice; que surge de una mente muy peculiar, de un origen igualmente peculiar, y una evolución y desarrollo, si bien asistemático, e insistamos en el término, peculiar. Por lo tanto, en relación a su mirada sobre el magisterio, al pragmatismo tanto biográfico como conceptual de Gabriela, ¿porqué su mirada de la mujer en un contexto epocal o socio cultural tendría que ser distinto? Arraigada en su propia experiencia, castiza, bíblica, pragmática... pedir una propuesta en relación a la mujer en un contexto como el de mediados del siglo pasado en Gabriela Mistral sería extraer un tramo –y fundamental– de su visión de mundo y adecuarlo al pensamiento ya extendido en ese mismo tramo. Otro punto: Gabriela era una mujer provenía del Chile profundo, como diríamos, hoy, del valle Elqui, y su formación literaria e intelectual data de comienzos del siglo XIX y su “salida” al mundo comienza por México, y sólo a fines de los años veinte avanza en su periplo europeo. Por eso, y lo antes expuesto, al considerar el feminismo “extremo” de esos años se mostrara crítica, incluso contrariada. Veamos algunos ejemplos de su postura:
“El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan a veces relámpagos de sensatez, pero no está cuajado... Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: ‘Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve, las tres clases sociales de Chile’” (Gabriela Mistral, “Organización de las mujeres”, en El Mercurio, Santiago, 5 de julio de 1925).
Gabriela buscaba que las mujeres alcanzaran ser organismo social, visión bastante adelantada y humanista política, creemos, por su pragmatismo y forma de ver el estado de cosas, que la ilustrada-teórica que comenzaba a bullir en aquellos años:
“Purgamos la culpa de no habernos mirado jamás a la cara, las mujeres de las tres clases sociales de este país. El amor vive de conocimiento, decía Leonardo, el humanismo. Nosotros en los embusteros discursos de las fiestas patrióticas, gritamos la concordia nacional como desde una a la otra orilla del Amazonas. La primera faena cívica era ésa: soldar las clases por medio por medio de intereses y sentimientos comunes” (Gabriela Mistral, “Organización de las mujeres”, en El Mercurio, Santiago, 5 de julio de 1925).
E insistía en su mirada con énfasis:
“Ser organismo social, es decir, ser una patria, es tener casi la misma calidad de sangre en la frente que en las plantas y oponer igual resistencia a la disgregación en cualquier parte del cuerpo. ¡Que lejos de eso estamos!” (Gabriela Mistral, “Organización de las mujeres”, en El Mercurio, Santiago, 5 de julio de 1925).
El ingreso de la mujer al mundo del trabajo, por lo menos a cualquier trabajo, que fuese compatible con su ser mujer, no sólo cívicamente, sino también biológica y emocionalmente, era uno de los aspectos reivindicativos de género que más le inquietaba:
“La entrada de la mujer en el trabajo, este suceso contemporáneo tan grave, debió traer una nueva organización del trabajo. Esto no ocurrió, y se creó con ello un estado de verdadera barbarie sobre el que yo quiero decir algo, con lo cual empezaré a entregar mi punto de vista sobre el feminismo para aliviarme de un peso” (Gabriela Mistral, “Feminismo: una nueva organización del trabajo”, en El Mercurio, Santiago, 12 de junio de 1927).
Y, sobre el mismo género, tampoco era complaciente ni “maternal”, e, incluso, a veces demostraba una dureza ejemplar, al hacer responsable a la misma mujer de su desmedrada situación: “La mujer es la primera culpable: ella ha querido ser incorporada, no importa a qué”... Y decía con más fuerza: “Es decir, hemos entrado a la vez a las profesiones ilustres y a los oficios más infames o desventurados”. Quizá la faceta profunda del feminismo de Gabriela la precisa en un artículo escrito en 1927:
“La nueva organización del trabajo de que he hablado en el artículo anterior, tendría por base el concepto de que la mujer debe buscar oficio dentro del encargo que trajo al mundo. Ahora diré qué cosa es para mí este encargo que está inscrito en todo el cuerpo. La mujer no tiene colocación natural –y cuando digo natural, digo estética–, sino cerca del niño o la criatura sufriente, que también es infancia, por desvalimiento. Sus profesiones naturales son las de maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes, etcétera...” (Gabriela Mistral, “Feminismo: una nueva organización del trabajo”, en El Mercurio, Santiago, 12 de junio de 1927).
Como se podrá apreciar no es el feminismo tradicional al que se refiere Gabriela Mistral. Y enfatiza, sobre todo, al referirse a los oficios de la mujer, o a lo que ella considera los oficios “propios” de la mujer:
“No necesita, pues, dar el salto hacia los oficios masculinos por la pura bizarría del salto, ni por el gusto insensato de la justa con el hombre. Cuando se señaló a la mujer como única sede del hogar, tal vez se la provocó con la mezquindad del espacio... Nuestro tiempo puede ofrecerle, en torno de la exigua cámara primera, diez o doce o quince, levantadas en torno de aquella. Convidarla a caer sobre las tiendas del trabajo masculino, es una necedad o una malicia” (Gabriela Mistral, “Feminismo: una nueva organización del trabajo”, en El Mercurio, Santiago, 12 de junio de 1927).
Por eso mismo, es crítica de la participación política de la mujer, porque lo es también del hombre político:
“Es, pues, la hora de nuestras feministas. El fruto de mi leyenda antifeminista..., tan gratuita como la de feminista que en Cuba me hicieron, a mi paso, por pura buena voluntad... El derecho femenino al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima. Pero, yo distingo entre derecho y sabiduría; y entre ‘natural’ y ‘sensato’. Hay derechos que no me importan ejercitar porque me dejarían tan pobre como antes. Yo no creo en el Parlamento de las mujeres, porque tampoco creo en el de los hombres. Cuando en ese Chile nuevo que me encontré a mi regreso y en que tuve el gusto de no creer se hablaba de la nueva Constitución, yo acogí con mucha simpatía, aunque poco o nada entiendo de ello, la proposición que hicieron dos maestros convencionales de un Parlamento a base de gremios. No se trataba, naturalmente, de los gremios oficiales del señor Mussolini en los cuales los representantes son elegidos a medias por el gobierno y a medias por los gremios oficiales, sino de cosa parecida a los de representación medioeval de Florencia en que el gremio no manipulado por el oficialismo, elegía libremente...” (Gabriela Mistral, “El voto femenino”, en El Mercurio, Santiago, 17 de junio de 1927).
Recién en 1949, fue aprobada en el Parlamento la Ley que les permitía sufragar en elecciones presidenciales. En 1938, Gabriela dio luces de lo que entendía como rasgos del carácter de la mujer chilena:
“La mujer chilena tiene una maternidad apasionada, mejor aún, arrebatada: el hijo es en ella una pasión. Parece que en la maternidad, mucho más que en el amor de hombre, ella pone sus esencias más fuertes; nada hurta, nada ahorra, nada regatea para sí” (Gabriela Mistral, “El carácter de la mujer chilena”, en Las Últimas Noticias, Buenos Aires, 5 de abril de 1938).
A Gabriela le era muy sensible lo chileno, por eso logró síntesis muy certeras de lo que somos:
“Alguna vez yo he pensado que si hay un sentimiento que definiría al chileno en general, una especie de columna vertebral de su vida, esa sería su capacidad para ser amigo y para la obra maestra que hace sin proponérselo en un haz de amistades per vita, eternas” (Gabriela Mistral, “El carácter de la mujer chilena”, en Las Últimas Noticias, Buenos Aires, 5 de abril de 1938).
Gabriela, siempre precisó que era una mujer sin fronteras:
“Yo busqué cosa que daros en esta plática y os he ofrecido la mujer de Chile a vosotras, mujeres de la grande, de la ilustre y de la ancha Argentina vuestra y mía también. Americana soy, y por serlo, os llevo a vosotras al llevarme a mí misma y os tengo con tenerme” (Gabriela Mistral, “El carácter de la mujer chilena”, en Las Últimas Noticias, Buenos Aires, 5 de abril de 1938).
La lucha por la reivindicación de los derechos civiles y políticos de la mujer chilena en el siglo xx fue como Mariana Aylwin plantea al respecto, una brega muy extensa y, por lo tanto, también, particularmente combativa:
“Postergadas durante años, sólo en 1877 fueron autorizadas para ingresar a las universidades chilenas, y en 1934, durante el gobierno de Arturo Alessandri, se les otorgó el derecho a voto en las elecciones municipales, no así en las parlamentarias ni en las presidenciales” (Mariana Aylwin et al., Chile en el siglo XX, 2008, p. 171).
Gabriela Mistral no estuvo ni desinformada ni al margen de estas luchas reivindicativas y, en sus prosas, con una escritura particularmente activa y política, se hizo eco de esas luchas. Entre otras cosas que escribió al respecto destacamos:
“Nos llega el sufragio como victoria de largas demandas, después de campañas que provienen de Europa y de los Estados Unidos, y que por fin han convencido el estólido seso masculino. O bien, han alertado a los hábiles, que de repente nos consideran voto sumable a sus campañas. Sea lo uno más lo otro, las mujeres chilenas podemos ahora votar. Lo elemental es que votemos no como adláteres, sino como mujeres que anhelan aportar algo de feminización a la democracia... Saldrán de nuestro mujerío casero, algunas leaders, que sin ser unas antihogares, afronten salir a las calles y pertenecer al Senado, justamente para defender la patria de sus hogares, la de sus maridos, parientes y amistades: equilibrando así con su sensibilidad de mujeres, el Chile que se estaría haciendo sólo con decisiones viriles. Codo a codo y en proa a una patria concebida como un hogar grande para sus hijos, y los hijos de sus compañeras, las mujeres completarán la empresa política, en la cual falta más economía, mucha economía, acaso sólo economía, porque nosotros partimos y llegamos de la tierra a la mesa, de lo tangible a lo factible, sin embriagarnos en teorías ni perdemos en dédalos de la discusión ideológica” (Gabriela Mistral, “Sufragio femenino”, en Luis Vargas Saavedra, Gabriela Mistral: recados para hoy y mañana, 1999, pp. 238-239).
Fernando Alegría recuerda el ascendente que tenía Gabriela Mistral con las “emancipadas” de la alta sociedad santiaguina:
“Las mujeres se agrupan a su alrededor, ven en ella una personalidad señera. Grandes damas de la sociedad santiaguina la cortejan, la invitan a sus tertulias y siguen sus dictados como dictados de una sacerdotisa... En Santiago, las emancipadas se reunían en un salón de actos al que daban el nombre de Club de Señoras. Hasta ahí llegó Gabriela, imponente con su ropa oscura, su voz canturreada y sentenciosa, no exactamente a hablar de política, sino a difundir ideas de pedagogos... Defendía los derechos de la mujer y la protección de la infancia, condenaba los prejuicios raciales y pedía justicia para el indio y reforma agraria” (Fernando Alegría, Creadores en el mundo hispánico, 1990, pp. 47 y 48).
Además, tuvo una ilusión que sólo se hará realidad a principios del siglo XXI: “Por eso algún día Chile elegirá a una mujer para la Presidencia de la República” (Gabriela Mistral, “Sufragio femenino”, en Luis Vargas Saavedra, Gabriela Mistral:recados para hoy y mañana, 1999, p. 239).
Si bien Gabriela, como vimos más atrás, muchas veces se mostraba crítica y dura con la mujer chilena, siempre hubo en ella más amor y confianza para con su género en el que ve responsabilidad y coraje, amor y valor:
“El sentido de la responsabilidad trabaja y agita nuestra ‘femina’; su conciencia parece una fragua: no se aplaca con cumplimientos laterales: quiere mucho, casi lo quiere todo para sus hijos... en este punto tal vez su virtud resbale hasta el exceso” (Gabriela Mistral, “Sobre la mujer chilena”, en Política y Espíritu, número 11, 1946).
Así, su visión de la mujer chilena se puede resumir cuando afirma con severidad y certeza: “País de grandes mujeres, de mujeres valientes que, muchas veces, son más valientes, más responsables y decididas que los hombres” (Ciro Alegría, Gabriela Mistral íntima, 1989, p. 54).
Pensando a Chile
El pensamiento de Gabriela Mistral en relación a su país estaba teñido no sólo por la añoranza y también la lucidez que da la distancia, sino también, por ese sentimiento de haber sido incomprendida y postergada en Chile, que nunca la abandonó. A pesar de eso, Gabriela siempre estuvo atenta, mirando, auscultando, pensando y amando Chile. Su visión era amplia, abarcadora, y sus intereses se paseaban por la geografía, la economía, la moral del país y su proyección cívica.
Respecto a los problemas fronterizos que tenía Chile con Argentina y Perú, por los años 1920, que se arrastraban desde 1883, sobre la soberanía de Tacna y Arica, cuando en junio de 1929 se suscribió en Lima un tratado que finalmente dispuso que los territorios de Tacna y Arica serían divido en dos partes, Tacna para Perú y Arica para Chile, Gabriela, atenta a los acontecimientos más relevantes de la patria, opinó al respecto:
“El arreglo pacífico con el Perú nos hizo devolver en un bello ademán de justicia el feraz Departamento de Tacna. Siempre fue peruano; treinta años vivió bajo nuestras instituciones y se mantuvo cortésmente extranjero. Lo devolvimos en cambio de la amistad del Perú y no estamos arrepentidos. Perú y Chile vuelven a vivir tiempos de colaboración y cooperación comercial y social, y el despejo moral que ha venido el intercambio económico que comienza en grande nos pagan bien la pérdida. Arica quedó para nosotros, racionalmente; nosotros la hicimos. Edificación, obras portuarias y de regadío y el Ferrocarril a La Paz, que es su honra y su riqueza, todo eso ha nacido y se ha desarrollado con sangre y dineros chilenos” (Gabriela Mistral, “Breve descripción de Chile”, en Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1934, p.33).
Le molestaba a Gabriela la forma de sable que aludían algunos comentaristas al referirse a la forma de Chile, para remarcar el carácter militar de su gente. Retrucaba la Mistral:
“La metáfora sirvió para los tiempos heroicos. Chile se hacía, y se hacía como cualquier nación, bajo espíritu guerrero. Mejor sería darle la forma de un remo, ancho hacía Antofagasta, aguzado hacia el sur. Buenos navegantes somos en país dotado de inmensa costa” (Gabriela Mistral, “Breve descripción de Chile”, en Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1934, p.31).
Su dimensión de Chile, como decíamos, era abarcadora y profunda, como ella misma reiteraba en muchas ocasiones:
“Hay una dimensión geográfica, hay la económica y hay todavía la moral. Cuando digo aquí moral, digo moral cívica. También esto crea una periferia y una medida que puede exceder o reducir el área de la patria” (Gabriela Mistral, “Breve descripción de Chile”, en Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1934, p. 31)..
Gabriela le asignaba a Chile un destino promisorio. “Un territorio tan pequeño”, escribía “que en el mapa llega a parecer una playa entre la cordillera y el mar; un paréntesis como de juego de espacio entre los dos dominadores centaurescos”. Y enfatizaba:
“Pequeño territorio, no pequeña nación; suelo reducido, inferior a las ambiciones y a la índole heroica de sus gentes. No importa: ¡Tenemos el mar.., el mar..., el mar!” (Gabriela Mistral, “Chile”, p. 303).
Y tanto como el mar, la emocionaba la cordillera, que consideraba como una suerte de matriz telúrica, una identidad propia que surgía desde las mismas entrañas de la tierra en forma de geografía física. Al referirse a las montañas y sus configuraciones, a la particular morfología de las cumbres, Gabriela Mistral despliega en su prosa momentos de gran belleza y fuerza en su escritura:
“Terriblemente dueña de nosotros, verdadera matriz chilena, sobre la cual nos hicimos, y que, más voluntariosa que la otra, no nos deja caer: vivimos bajo ella sin saberlo, como el crustáceo en su caparazón y nos morimos dentro de su puño señor. En los valles, ella nos quita cielo; en las abras, nos lo devuelve. Cordillera regaladora de agua donde es preciso, y más de nieves que de aguas; pero, en verdad, hogar puro de fuego en unos volcanes adormecidos, que no dormidos. Cordillera despistadora, con su lomo cierto, y que de pronto se acuerda de su vieja danza de ménade y salta y gira con nosotros a su espalda” (Gabriela Mistral, “Elogios de la tierra de Chile”, en Roque Esteban Scarpa, Gabriela anda por el mundo, 1978, p. 359).
En un emotivo artículo respecto a la heráldica nacional escribe, in extenso, su acertada sentencia de menos cóndor y más huemul:
“Yo confieso mi escaso amor del cóndor, que, al fin, es solamente un hermoso buitre. Sin embargo, yo le he visto el más limpio vuelo sobre la cordillera. Me rompe la emoción al recordarme de que su gran parábola no tiene más causa que la carroña tendida en una quebrada. La mujeres somos así, más realistas de lo que nos imaginan... Tal vez el símbolo fuera demasiado femenino si quedara reducido al huemul, y no sirviera, por unilateral, para expresión de un pueblo. Pero, en este caso, que el huemul sea como el primer plano de nuestro espíritu, como nuestro pulso natural, y que el otro sea el latido de la urgencia... No importa la extinción de la fina bestia en tal zona geográfica; lo que importa es que el orden de la gacela haya existido y siga existiendo en la gente chilena” (Gabriela Mistral, “Menos cóndor y más huemul”, en El Mercurio, Santiago, 11 de julio de 1926).
La búsqueda de la paz para los pueblos fue permanente en Gabriela, una preocupación que jamás la abandonó y, sobre todo, cuando se trataba de Chile. Esa misma búsqueda de paz la percibe en su concepción del juramento de la patria:
“Juro en ella la Libertad y el Derecho. Lo mejor que las morales nos trajeron, está en lo que ella arenga y canta. En este juramento todos los otros van. A mi madre que me soñó puro y a mi padre que me soñó fuerte estoy jurándoles sobre este pliegue ardiente. Y juro a Dios que eligió para mí esta raza y este signo” (Gabriela Mistral, “Juramento de la bandera”, en Roque Esteban Scarpa, La desterrada en su patria, 1977, p.318).
Al referirse a la identidad profunda de Chile señalaba:
“hay tres órdenes de relieve en Chile: un orden mítico, que correspondería al desierto de la sal... un orden romántico, en la zona confusa y retorcida de los valles transversales y en la de los archipiélagos del sur. Y al centro, el orden clásico del valle central. O si se quiere, nuestro territorio sería una jarra, sostenida por dos asas serviciales y absurdas a la vez: la pampa salitrera y los archipiélagos australes: el asa que arde y el asa que hiela” (Gabriela Mistral, “Geografía humana de Chile”, en Boletín de la Unión Panamericana, abril de 1939, p.51)…
Así, son múltiples las formas que su imaginación va dando a la identidad nacional en el contexto latinoamericano:
“La chilenidad es un gran espejo espiritual, una casta que avizora a la raza común, que mira hacia el Atlántico y el Caribe en un deseo apasionado de americanidad total. El país que llamaron ‘el último rincón del mundo’ crea una especie de fluvialidad continental, encontrando dos formas de expansión en la pedagogía chilena y en la difusión editorial del libro americano. Hicieron bien los descubridores en no nombrarnos de acuerdo con nuestras desgraciadas latitudes” (Gabriela Mistral, “Geografía humana de Chile”, en Boletín de la Unión Panamericana, abril de 1939, p.58).
De esta manera, le daba a nuestra historia criolla un sello épico en relación a la particular geografía del país:
“La historia de Chile, expresión de nuestra conciencia, constituye una reacción violenta contra la tiranía geográfica” (Gabriela Mistral, “Geografía humana de Chile”, en Boletín de la Unión Panamericana, abril de 1939, p.58)...
Pero, como habíamos visto, Gabriela tenía, ciertamente, una relación odioamor con Chile. Para Volodia Teitelboim, el año 1922, al emprender su viaje a México invitada por el entonces Ministro de Educación, José Vasconcelos, Gabriela: “Abandona un país en el que se siente incomprendida, vejada, insultada. En verdad el escarnio venía de algunos; la indiferencia de los más”.
Justicia social y agrarismo
Gabriela viajó por el mundo buscando la paz entre los hombres, forjando puentes entre los “hermanos andinos” y evitando a quienes tenían diferencias con ella, algunas de carácter bastante mezquinas, otras, infranqueables. Fue precisamente su amistad con el escritor Ciro Alegría, donde se abre a un mundo sin fronteras. Alegría precisa que en una visita que le hizo a Gabriela, en su casa de Santa Bárbara, Estados Unidos, en 1947: “Gabriela, se me presentó diciendo: Ciro, yo soy india”... El vínculo entre ellos fue para toda la vida. Y sigue contando que: “Era la nuestra una amistad surgida de la América ancestral” (Ciro Alegría, Gabriela Mistral íntima, 1989, p.41).
Alegría rememora que durante la estancia en Santa Bárbara, en una de las jornadas:
“Con Gabriela estuve conversando hasta muy tarde. A menudo celebraba mis palabras. Coincidíamos en mucho y yo le había caído bien. De cuando en vez, tomando la actitud afectuosa de una madre, me aconsejaba que no fumara tanto, pese a que ella fumaba más que yo... Luego al irnos a acostar, mi mujer me comentó: ‘El de ustedes ha sido un amor a primera vista’” (Ciro Alegría, Gabriela Mistral íntima, 1989, p.41).
Ciro Alegría recuerda con un incomparable afecto aquella amistad basada en la empatía de raza, la cultura americana y la literatura y, destaca, sobre todo, la facilidad de palabra de Gabriela en la conversación, su locuacidad y amenidad, desmitificando la imagen de una Gabriela Mistral introspectiva y huraña:
“Nunca olvidaré las jubilosas risas en que estalló por cualquier nadería de humor; cómo en su trato siempre hubo un afecto social y una llaneza de buen gusto. La manera amistosa con que me llamaba cada atardecer: ‘Venga, venga mi peruano a conversar’. Entonces nos sentábamos en el corredor y Gabriela hacía una pregunta o una sugerencia, que abría cauce a la plática. Charlaba bien Gabriela y esta es otra discrepancia mía con quienes la presentaban muda y hosca” (Ciro Alegría, Gabriela Mistral íntima, 1989, p.47).
Gabriela Mistral intentó siempre conciliar tradición y progreso, en un intento de proponer una suerte de dialéctica armónica entre dos momentos históricos aparentemente irreconciliables. Al respecto escribió:
“Hay en el fondo de todos los pueblos dos maneras en la búsqueda del bienestar social, que chocan violentamente, en apariencia, y en verdad concurren a la armonía, aspiran a ella, están destinadas a realizarla: son el amor de la tradición y el del progreso. Ellas asoman en cada periódico histórico y se personifican en figuras opuestas, pero igualmente grandes” (Gabriela Mistral,“El patriotismo de nuestra hora”, en Roque Esteban Scarpa, La desterrada en su patria, 1977, p.314).
Postulaba, de esta manera que a un nuevo tiempo correspondería una nueva manera de sentir la patria, de concebir un nuevo ciudadano acorde a los nuevos desafíos históricos:
“A la nueva época corresponde una nueva forma de patriotismo. No sólo es en el periodo guerrero cuando se hace patriotismo militante y cálido. En la paz más absoluta, la suerte de la patria, la suerte de la patria se sigue jugando, sus destinos se están haciendo” (Gabriela Mistral,“El patriotismo de nuestra hora”, en Roque Esteban Scarpa, La desterrada en su patria, 1977, p.315)...
Otro de los temas que le preocupaba incansablemente era el del campo chileno, de analizar y problematizar la cuestión agraria. Nunca se cansó de hacerlo presente. Lo sentía muy suyo. Ella era, y siempre lo repetía, una mujer de la tierra, nacida entre montañas y valles, que no sentía mayor simpatía por la vida y la cultura citadina. Y a pesar del éxodo rural que comenzó a producirse con mayor profusión a fines del siglo XIX, la mayoría de la población chilena seguía siendo rural, y, además, absolutamente marginado del progreso y la modernidad. Este asunto a Gabriela le resultaba muy doloroso: “Mi primera ojeada cuando miro hacia Chile, es para el campo. Por hermoso, por infeliz y por mío”. Pero su mirada era más profunda y su estadía en México en la década de 1920 le resultó fundamental para entender la problemática. Sintetizaba con lucidez: “Toda la América Latina ha pecado contra el campo” …
Y la de su propio valle de Elqui le resultaba insoportable:
“La miseria del campo chileno que si en el Departamento de Elqui es indecible. Tanto como la ciudad ha prosperado, el campo se ha barbarizado. La clase media campesina, a la cual pertenezco, se ha vuelto pueblo hambreado. Vendió su lonja de tierra al primer extranjero que llegó y no hay razón para que cuide mejor a su peonaje de lo que lo cuida sus patrones criollos. La escuela no es mala, pero no puede ser buena una escuela cuyos niños comen mal, cuando comen” (Gabriela Mistral, “Campo chileno”, en Roque Esteban Scarpa, Elogio de las cosas de la tierra, 1978, p.347).
La propiedad agraria estaba dominada por el latifundio, que empleaba el sector laboral más numeroso del país: inquilinos y peones, aun cuando había también medianos y pequeños propietarios, entre ellos los mapuches. Esta postergación de un sector de chilenos que consideraba tan suyo la sublevaba. Y con dolor decía:
“El campesino es el hombre primero, en cualquier país agrícola; primero, por su número, por su salud moral, por la noble calidad de su faena civil, sustentadora de poblaciones, y el primero, principalmente, porque ha domado el suelo, cono el curtidor de pieles y lo maneja después de cien años, como una dulzura dichosa. En Chile el campesino emigra hacia las ciudades, cansado de su salario de uno o dos pesos, cansado de las aldeas sin médico, con maestro malo y sin habitación humana; en esta provincia emigra, además, por la sequía... Lo peor que puede hacerse con nuestra gente es acostumbrarla a la beneficencia, envilecerla con la limosna anual: la raza todavía es digna y no se lo merece” (Gabriela Mistral, “Una provincia en desgracia: Coquimbo”, en El Mercurio, Santiago, 13 de septiembre de 1925).
Y agregaba con tristeza:
“Una hectárea por cabeza de familia resolvería el problema económico del campesino de Elqui, si el horrible y deshonesto latifundio no estuviese demorándonos y hambreándonos, allí como a lo largo del país entero. Pero la patriecita, la faja mínima de nuestro asiento, la arrollan las haciendas de los ‘forasteros’, llamando así a los grandes propietarios ausentes eternos de nuestra tierra y presentes urgidores del trabajo de los campesinos” (Gabriela Mistral, “Ruralidad chilena”, en El Mercurio, Santiago, 14 de mayo de 1933).
La permanencia de Gabriela en México le sirvió para aquilatar la importancia de profundizar un proceso de cambio en el campo chileno, antecesor a lo que sucedería en Chile en la década de 1960. Escribe Gabriela:
“Comienza a hablarse en Chile de la subdivisión de la propiedad agrícola, de una de las pocas cosas esenciales para que una democracia exista, se toque como carne y hueso, eche sombra, ande y convenza de si misma” (Gabriela Mistral, “Ruralidad chilena”, en El Mercurio, Santiago, 14 de mayo de 1933).
Su análisis es muy agudo:
“Mucho necesitaba ya la democracia manca que es la nuestra, preocupada, desde hace cinco años, de códigos de trabajo, habitación urbana y otras asistencias honestas al obrero, volver la cara hacia el campesino, darse cuenta de él y agrarizarse un poco. Le faltaba un brazo a la semidemocracia chilena y yo creo que era el derecho... Aseguran que Chile será siempre el país que coma de salitres y de metales y de una industria adulta, que ya tenemos nacida. El salitre se ha de ir, tarde o temprano; las minas ya ralean; los Coquimbos y los Atacamas pasaron y Rancagua ha de pasar con esos dos mayorazgos del metal cúpreo y blanco. La tierra, en cambio, es la lealtad misma” (Gabriela Mistral, “Ruralidad chilena”, en El Mercurio, Santiago, 14 de mayo de 1933).
Sus críticas contra el latifundio fueron siempre rotundas y permanentes, lo consideraba un estado inhumano, de barbarie.
“Nosotros, el Chile angustiado de suelo, mitad roca volcánica, un tercio desierto, sin más tierra verdadera que el llano central, no puede seguir viviendo el latifundismo sino como despreocupación inconcebible o como amparo deliberado de un régimen bárbaro...” (Gabriela Mistral, “Ruralidad chilena”, en El Mercurio, Santiago, 14 de mayo de 1933).
Gabriela se alegra por la posibilidad de que se realice una reforma agraria en Chile. Al respecto escribe:
“La noticia que me llega de Chile sobre una acción agraria decorosa y salvadora me endereza de un gozo que no sé que decir... Hace seis años yo mande a Chile mi primer informe sobre la reforma agraria en México. Desde entonces, y sin hacer artículos de especialidad que no sé escribir, he dicho, cada vez que he podido, mi aborrecimiento de nuestro feudalismo rural, contando que hombre completo –con suelo, con casa, con educación agrícola, con sensibilidad para la extensión verde– me he encontrado en mi camino, que no hago cantando como creen, sino mirando, hecha entera ojo para los míos, ojo chileno, que ve neto y mira sin pestañeo. Siete años hace que yo leo y oigo de Chiles nuevos, volteados desde las entrañas, dicen, para la rectificación valerosa de nuestros reumas de rutina colonial y nuestros abscesos de corrupción republicana. Yo no he entendido detrás de tanta sonajera necia sino un mejoramiento de la clase media, la más herida de nuestras castas hindú-chilenas... La campesina ni hablaba ni contaba en los meetings de seis horas o tres días, que venimos oyendo y sufriendo hace sietes años...” (Gabriela Mistral, “Agrarismo en Chile”, en El Mercurio, Santiago, 23 de septiembre de 1928).
A Gabriela Mistral le preocupaba que los cambios fuesen progresivos, ajenos a los desbordes sociales, le temía a una posible revolución violenta:
“Los patrones deberían poner mejor la cara a las leyes agrarias que lleguen al Congreso, los patrones que forman parte del Congreso y los que quedan afuera y que manejan opiniones de prensa y de círculos. Es la ocasión de que un país de América legisle sin anticipo de sangre, y sin urgidura caliente de revuelta, sobre el problema perversamente postergado, de la propiedad rural... Por otra parte, para los campesinos, nada más favorable que un reparto agrario realizado sin revolución” (Gabriela Mistral, “Agrarismo en Chile”, en El Mercurio, Santiago, 23 de septiembre de 1928)...
En este aspecto de su pensamiento, Gabriela Mistral muestra una gran confianza en que Chile puede alcanzar los cambios que se requieren para el sector del campesinado:
“Y si Chile resulta capaz de finiquitar una reforma verdadera (con ‘verdadera’ quiero decir de gran aliento y no miedosa, que sirva para cincuenta y no para cinco), sin paseo rojo de carabinas a lo largo del país, el ejemplo saltará, en dos años, a los demás países... que temen la reforma, aunque reconocen su necesidad, porque los quince años de sangradura de México les dan miedo. Será una obra maestra de labor civil con rasgos europeos, es decir, con semblante de cosa culta, y una América con su clase campesina al fin desagraviada y su democracia legitima sonando a limpia plata cuando se la tañe, nos traerá honra a cada uno, así, a cada uno de nosotros, y a la América una honra adulta que nos permita hablar de ella sin que se nos enrede la lengua en su elogio, como suele enredársenos cuando damos el dato sano y escondemos astutamente los castrosos y feos: los de su fabuloso latifundismo” (Gabriela Mistral, “Agrarismo en Chile”, en El Mercurio, Santiago, 23 de septiembre de 1928).
Fernando Alegría recuerda que al venir a Chile en 1954, la recibió Carlos Ibáñez del Campo, entonces electo democráticamente:
“La recibe el Presidente de la República en uno de sus salones de gala –el mismo Presidente que, en un periodo anterior, al hacerse cargo del gobierno, le suspendió el sueldo– y sale a un balcón de La Moneda, en seguida, a dirigirle la palabra al pueblo. La muchedumbre, que esperaba dulces frases líricas en ocasión aparentemente festiva, guardó un desconcertado silencio al escuchar sus primeras palabras y luego, atónita, fue recibiendo el mensaje que Gabriela, con voz cansada y lejana, dejó en Chile a modo de final despedida. No tenía discurso escrito, habló en tono de conversación, como si no estuviera frente a una plaza pública, sino sentada frente al brasero, dirigiéndose a las sombras de Vicuña... Habló de los niños desamparados, de los pobres campesinos esclavos de un régimen injusto; felicitó al gobierno por haber realizado una reforma agraria que sólo estaba en su imaginación. Se ruborizaron los Ministros, el Presidente Ibáñez sonrió confuso” (Fernando Alegría, Genio y figura de Gabriela Mistral, 1966, pp. 89 y 90).
Eran precisamente los afanes que ella perseguía incansablemente en sus artículos.
La pensadora
¿Qué importancia tiene este material? Gabriela fue una mujer avanzada en el siglo XX. Hija de su época, Gabriela advierte los grandes cambios, que advierte como el clima propio de un siglo donde los cambios, la aceleración del tiempo, la modernidad y las grandes brechas sociales fueron una constante bastante amarga y, muchas veces, cruel. Esa consciencia crítica del presente le produjo una fuerte tensión en su vida y una dosis de incomprensión social, en algunos casos muy dolorosos. Y claramente una soledad que trató de mitigar con lecturas, una nutrida correspondencia con espíritus afines y cientos de artículos. Ella construyó mundos paralelos: la realidad y el mundo de las palabras que se confundía con lo más personal de Gabriela. Este maravilloso mundo íntimo le permitió enfrentar un mundo que en más de una ocasión le fue ingrato. El resultado de esa instrospección, fue un arte magnífico, que se refleja en las páginas de este libro.