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Pérez Rosales, Vicente (1807-1886)
Imagen activaVicente Pérez Rosales vivió entre 1807 y 1886. Fue testigo, pudo conocer, de primera mano, la mayor parte de los acontecimientos chilenos de ese siglo: el inicio de la Independencia, sus dificultades y el ensayo de formas de gobierno, los conflictos entre conservadores y liberales, la creación de instituciones públicas, la llegada de colonos europeos, los períodos de guerra y paz, y muchos otros.

Pero, también observó aspectos de su época en el plano mundial: la salida de intelectuales españoles a Francia exiliados por Fernando VII, la independencia de Brasil, la revolución de 1830 en París, la dictadura y caída de Rosas en Argentina, la anexión de California a Estados Unidos, la fiebre del oro, la Europa de mediados de siglo. A lo largo de su vida conoció políticos, artistas, académicos, hombres de negocios, científicos; así como campesinos, baqueanos, pescadores, navegantes.

Ejerció una multiplicidad de ocupaciones como pocos otros chilenos lo han hecho: fue agricultor, contrabandista de ganado, industrial, minero, comerciante, subdelegado de provincia, agente de colonización, periodista, cónsul de Chile en Hamburgo, diputado, senador. Recorrió Chile por el Norte, el Valle Central y el Sur, cruzó la cordillera una docena de veces; quemó bosques, abrió caminos, fundó ciudades, bautizó lugares con nombres nuevos, escribió libros, cruzó varias veces el estrecho de Magallanes, sufrió el cólera y se casó anciano. Intentó la fortuna económica en la agricultura y la minería, fracasando en ambas. Vicente Pérez Rosales, constituye una energía vital casi mítica, que pocas veces ha podido ser emulada.

Por estas razones, este hombre resulta difícil de clasificar: no fue un intelectual al modo decimonónico tradicional. Tampoco un político, ni un empresario exitoso. El título de escritor podemos dárselo por dos de sus libros, uno de los cuales es su propia biografía: Recuerdos del pasado (1886), que constituye una de las obras más valiosas del siglo XIX, y un caso curioso en la literatura chilena al haber recibido el aplauso de los lectores de todas las tendencias políticas. Su segundo libro, es justamente el que prologamos, Ensayo sobre Chile (1857).

Uno de los retratos que conservamos de él, en la segunda mitad de su vida, nos muestra a un hombre alto y delgado, de frente amplia, tupidas patillas que se unen a los bigotes. Viste un largo gabán de tela fina, cortado seguramente por un importante sastre de Santiago. La mano derecha en un bastón, sosteniendo un sombrero de pelo y guantes de cabritilla. El codo izquierdo apoyado en una columna, muestra una mano fina pero enérgica. Corbata de lazo, cuello de terciopelo, pantalones de casimir y zapatos lustrosos. Un rostro y un porte por el que en California fue identificado como francés. La mirada algo oblicua, denota inteligencia y una seguridad que confirma el mentón voluntarioso. El conjunto: un hombre típico de la elite ilustrada del siglo XIX, conocedor del mundo, convencido de sus ideas, capaz de expresarse en varios idiomas, que mira el mundo desde la altura avalada por la experiencia. Ni egoísta ni demasiado triunfador, más bien socarrón, amigo de sus amigos, de la aventura y de la soledad. Alguien que se siente cómodo en los salones europeos y en la selva valdiviana, y que puede convivir con igual soltura con un peón del campo como con un barón inglés; buen lector pero no teorizador, sino más bien un hombre práctico, ingenioso, satisfecho de la vida. Como a él mismo le gustaba definirse, un “chileno pur sang”.

Su vida es casi una novela. Una vida plena que por cierto no escapó a las condiciones ideológicas de su época, las que se reflejan en sus obras, y en las que es posible descubrir el sistema de ideas en las que este autor constituyó su visión de mundo. Fue un típico representante de la oligarquía chilena, mundo que conoció y plasmó en sus obras; y por otro lado, un atípico personaje, pues no constituye ni un intelectual liberal, ni un clásico conservador. No fue un pensador de primer orden (como José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Andrés Bello, Benjamín Vicuña Mackenna), pues se trata de un escritor que compartió su reflexión con una vida activa, en la que buscaba soluciones prácticas. A pesar de lo anterior, hay en él una visión del mundo chileno republicano, que resulta fundamental para comprender el correcto desarrollo de la evolución de las ideas políticas en Chile. Y, aunque tampoco fue un filósofo ni un moralista o un reformador social, sus libros influyeron como pocos otros en la creación de opinión pública. Fue sobre todo un hombre de acción, inteligente y cultivado que recurrió a la intuición para construir una filosofía y un sentido de la historia, y sobre todo del futuro de Chile.


Origen del Ensayo sobre Chile

La obra tiene un origen concreto: el nombramiento por el presidente Manuel Montt en marzo de 1855, de Vicente Pérez Rosales como agente de colonización y cónsul general de Chile en Hamburgo y, luego, en 1858, como cónsul en Dinamarca, Prusia y Hanover, con el propósito de difundir las bondades de Chile y traer colonos al sur de la república. El propósito del Ensayo sobre Chile es pues, la propaganda de Chile con el fin de atraer inmigrantes europeos. El agente colonizador permaneció cerca de cuatro años en Europa en los que dio a conocer su país entre personalidades de los gobiernos, empresarios, y científicos, incluido Alejandro Humboldt. 
 
Sus ideas (y sus acciones) se relacionan muy estrechamente con los proyectos modernizadores del siglo XIX y, específicamente, con la política de inmigración, el gran anhelo liberal, que reúne a Vicente Pérez Rosales junto a Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. En el caso de Chile, la inmigración fue llevada a cabo como una política de Estado: en 1845 se dictó la primera ley de colonización y en 1850 se recibió a los primeros colonos alemanes en Valdivia. En marzo de 1855, fue enviado a Hamburgo, donde escribió el Ensayo sobre Chile, lejos del país y en poco tiempo, pues lo comenzó a finales de 1856 y lo concluyó en los primeros meses del año siguiente. Se publicó ese mismo año en París, en francés con el título de Essai sur le Chili; aunque en la portada se señala a Hambourg (en francés), como ciudad, y como editorial una casa francesa: Imprimé chez F.H.Nestler. Pérez Rosales lo escribió directamente en francés, idioma que conocía desde su juventud, por haber estudiado en el Colegio Iberoamericano de París. Entusiasmado el gobierno chileno por la calidad de la obra, financió una traducción, que se encargó a Manuel Miquel.

En la versión traducida, publicada dos años más tarde, en 1859, en Santiago, por la Imprenta del Ferrocarril, se incorporó el escudo de Chile en la portada, lo que de alguna manera contribuyó a hacer del libro una publicación oficial. Muy a tono con los motivos de su viaje a Europa, que tuvieron un objetivo oficial: presentar a Chile como un país con una política migratoria favorable al colono que quisiera establecerse aquí, así como exponer las ventajas naturales para el desarrollo de la industria y el comercio.

Con este mismo propósito publicó en Hamburgo otros dos libros, el Manual del ganadero chileno (1858) y los Cuadros cronológicos de la historia antigua y moderna de Chile y el Perú, un pequeño texto concebido con un afán pedagógico y divulgador de la historia de estos dos países para uso de los colegios. El Ensayo sobre Chile, hay que leerlo junto con Manual del ganadero, pues si en uno se llama a la inmigración y a una descripción positiva de Chile, en el segundo se da a conocer los avances de la agricultura y de la ganadería. En el Ensayo..., se explica las ventajas de Chile para establecerse y realizar una nueva vida. En el Manual..., cómo mejorar esta nueva vida con la incorporación de tecnología que la haga más productiva y beneficiosa.

Al rememorar más tarde los momentos en que concibió la obra en su celebrada autobiografía Recuerdos del pasado, señala que fue durante las conversaciones con empresarios y ciudadanos ilustres en Alemania, que notó que faltaba un texto que resumiera las virtudes del país que representaba, por lo cual se vio en la necesidad de imaginar un libro útil con este propósito:

“El activo cultivo de mis nuevas amistades y lo mucho que hacía hablar de Chile en todas partes no tardaron en producir los frutos que yo esperaba de ello. Comenzaron a llegarme muchas cartas atosigándome con preguntas sobre Chile. ¿Qué es Chile?, se me decía en ellas. ¿Dónde está? ¿Qué clase de gobierno tiene? ¿Qué religión es la suya? ¿Qué productos naturales se encuentran en él? ¿Qué género de industria puede plantearse con provecho allí? ¿Qué clima tiene? ¿A qué clase de epidemias o de enfermedades está expuesto allí el extranjero?, etcétera”.

La estructura del libro se acomoda al propósito de difundir el país: primero una dedicatoria y un prólogo, y luego dos partes expositivas. La dedicatoria está dirigida al presidente Manuel Montt para expresarle su admiración, pero también para acercar su libro al gobierno, y transformarlo en una versión oficial de la política colonizadora de Chile.

Gran admirador de Manuel Montt, lo celebra por vencer en la revolución de 1851 y por “calmar la efervescencia, cicatrizar heridas, enjugar lágrimas”; pero también por su capacidad de organizar la institucionalidad, por la creación de provincias, la traída de extranjeros, el desarrollo de la ciencia y del comercio. Son argumentos que nos dicen mucho sobre el propio Vicente Pérez Rosales, al presentarse como un liberal cercano a los conservadores, como Manuel Montt o su ministro Antonio Varas. Señala que los logros alcanzados le daban a Montt, el derecho a la “afección de vuestros amigos”, entre los que se incluye él mismo (“mi sincera amistad”), así como el “reconocimiento de la patria”, poniendo en un mismo nivel lo político y lo personal.

A continuación, en el Prólogo, entrega los objetivos del libro, una breve descripción del país, su admiración por la ciencia geográfica y la necesidad de exhibir a Chile rigurosamente para contribuir al conocimiento de esta parte del planeta, sobre todo, al no haber sido visitado este país por Alejandro Humboldt, por lo que no fue descrito y no se completó el conocimiento de su territorio, así como de los bienes que encierra, misión que se propone cumplir él mismo.

Tal como lo indica su nombre, el libro se presenta como un “ensayo”, un intento provisional de la descripción de un país, un “débil bosquejo”.

Sin embargo, el Ensayo sobre Chile, fue muy reconocido al momento de su publicación, tanto por sus méritos científicos y literarios, como por su amor al país y su esfuerzo por modernizarlo e integrarlo al mundo desarrollado. El libro es un sueño de futuro compartido por muchos de sus conciudadanos: europeizar (política y cultural), y norteamericanizar (económicamente) a Chile. Por esta razón la obra fue recibida positivamente por el Estado probando la importancia que en ese momento se otorgaba a la inmigración, pero también porque el libro ponía al día cuestiones estadísticas.

El libro provocó, más allá del mundo oficial, admiración entre los chilenos por la amenidad de su estilo, como por la completa y sintética visión del país que se entrega en él.

El libro no sólo fue bien recibido en Chile sino, también, en Europa. El barón von Humboldt, dos años antes de morir, envió una carta al autor en la que se refiere a su obra como Tableau statistique du Chili, formulando grandes elogios.

Al momento de la publicación del Ensayo... no existía una obra que describiera de manera tan completa Chile como ésta, tal vez con excepción del Repertorio Chileno. Año 1835, de Fernando Urízar Garfias, quien al publicarlo aduce una razón similar a la de Vicente Pérez Rosales: la falta de un libro con los datos fundamentales sobre el país, su comercio y su naturaleza humana y geográfica. Otros libros sobre el mismo tema son el de Francisco Javier Rosales, Apuntes sobre Chile, y el de Benjamín Vicuña Mackenna, ASketch of Chili, expressly prepared for the used of emigrants, from the United States and Europe to that country.

Pese a su valor, en las décadas siguientes el libro dejó de ser consultado, pues el país se modificó por los efectos de la Guerra del Pacífico y la nueva realidad dejó obsoleto el texto. Por esta razón, su publicación se discontinuó y no se hicieron nuevas ediciones hasta 1986. Lentamente el Ensayo sobre Chile, se fue olvidando, y será su propia autobiografía, Recuerdos del pasado, el libro que más se asocie con nuestro autor. En este sentido, la producción literaria de Vicente Pérez Rosales nos permite distinguir dos estilos y dos personajes: el de los Recuerdos..., con un narrador protagonista que recorre el mundo buscando fortuna económica, pleno de aventuras y anécdotas. Mientras que el que escribe el Ensayo..., se presenta como un escritor cercano a la ciencia, que se hace cargo de las ideas y descubrimientos de los investigadores y viajeros más recientes, como Ignacio Domeyko, Claudio Gay, Eduard Pöeppig, Rodulfo Philippi, Amado Pissis, entre otros.

Otros méritos del Ensayo... son la preocupación científica que muestra Vicente Pérez Rosales, así como su afán por contribuir al progreso nacional, su capacidad de recorrer infatigable el país, y su capacidad descriptiva y la calidad de su escritura, graciosa y amena que sabe entusiasmar al lector con la lectura de su libro.

Esta obra es la primera que incorpora el sur de Chile a la literatura. Nos ofrece, además, una profunda comprensión de la sicología de los seres humanos y una viva descripción del carácter nacional.

Se constituye, así, como uno de los mejores exponentes del ensayismo impresionista que cruzará el siglo XIX, y parte del XX.


El pensamiento de Pérez Rosales

Plaza de la República de Valdivia (1877)Vicente Pérez Rosales se inserta en el proyecto modernizador del siglo XX, con rasgos muy cercanos al liberalismo republicano, aunque no está exento de cierta admiración por el orden social conservador. Estos tres elementos, modernidad, liberalismo y orden social, aparecen de manera fusionada en su obra, debido a que no es un pensador ni un político profesional, sino más bien un constructor de país, que adoptó de cada una de las ideologías de su época aquellos aspectos que podían ser útiles en cada situación particular. Así, en su lado liberal expresa su oposición al pasado colonial español, especialmente en educación y comercio, aunque no en cuestiones culturales e históricas. En lo primero, criticó una instrucción basada en el “antiguo ergoteo” y el latín, quejándose de la falta de interés en la gramática castellana, como por la carencia en Chile de “libros científicos, políticos o industriales”, que fomentaran el espíritu empresarial y mercantil; predominando, en cambio, el “Plata te dé Dios, hijo, que el saber poco te vale”.

De la misma manera, aplaude el individualismo como medio de lograr una situación económica. En la última página de sus memorias, preguntándose por la utilidad de éstas, sólo encuentra una, acreditar, dice:

“...la bondad del precepto: ¡no desmayes!, porque la mala suerte no es eterna, y porque así como el hombre a impulsos de su adversa estrella puede descender de suma altura hasta la humilde condición de criado, puede también con la ayuda de la constancia, de la honradez y del trabajo, elevarse después hasta ocupar en el festín de los reyes un codiciado asiento” (V. Pérez Rosales, Recuerdos del pasado).

Mensaje que, además de contener explícita la noción de “progreso” del liberalismo positivista, al valorizar el ascenso social y el logro de la fortuna personal, le hacía maldecir a los malos agricultores, que en tiempos difíciles esperaban toda ayuda del Estado. En base a esta misma idea, critica algunos rasgos de los chilenos, a quienes define como tímidos y poco audaces en los negocios, estableciendo una interesante tipología de la identidad nacional.

Su filosofía básica y fundamental era alcanzar el futuro, idea que expresa en la totalidad de su obra, transmitiendo la imagen de un constructor concreto y práctico.

Manifiesta permanentemente una gran admiración por el hombre laborioso y es un gran defensor del comercio y la industria, de la navegación y de la riqueza adquirida por los países marítimos, gracias al comercio libre, como:

“Venecia y Holanda, hijas ambas del mar; dos repúblicas cuyo influjo ha sido de tanto peso en la balanza de las naciones, no tuvieron más origen que la red, y en ésta y en la barca del pescador fundaron su engrandecimiento. Estos pueblos de pescadores llegaron a ser ricos y poderosos, y su preponderancia marítima les aseguró el comercio del mundo” (V. Pérez Rosales, Memoria sobre emigración, inmigración y colonización).

Resulta también muy liberal su defensa del derecho de propiedad, el que considera un rasgo inherente del ser humano. Este derecho es especialmente importante en Chile para atraer inmigrados, condición básica que éstos exigen para cambiar de país: “...la idea de propiedad y la inmigración espontánea y labriega están tan estrechamente unidas, que sin la una, la otra es de todo punto ilusoria” (V. Pérez Rosales, Memoria sobre emigración, inmigración y colonización). Por lo cual rechaza el “sistema feudal que no reconocía más clases que señores y que siervos”, y que se reactualiza en Chile en el sistema del inquilinaje, que dificulta al “hombre de modesta fortuna para adquirir una propiedad”.

Se opuso al latifundio, prefiriendo que los agricultores poseyeran la cantidad de tierra que fueran capaces de trabajar, y no las grandes extensiones que permanecían improductivas. Por la misma razón, rechazó el inquilinaje por ser un sistema opuesto a la modernidad que buscaba para Chile.

Aunque está muy lejos de las soluciones socialistas, postulaba el derecho a la propiedad también para los marginados como una manera de incluirlos en el sistema liberal: “Si el terreno donde nacieron fuese propio, no ocurriría semejante emigración (la del inquilinaje)”. Proponiendo, de este modo, la propiedad no sólo para el colono extranjero sino también para el nacional.
 
Resultan igualmente interesantes sus reflexiones sobre la pobreza. Desde una perspectiva moderna, rechaza la caridad como solución a un problema social: “...al pobre sólo se le debe dar limosna en forma de trabajo”, citando en su apoyo al barón de Gerando (al que denomina “sabio”) y su obra: De la Bienfaisance publique (1839), y del que recoge esta reflexión esclarecedora de su propio pensamiento:

“El indigente, que rehúsa el trabajo que se le ofrece cuando es capaz de ello, no tiene derecho de recibir como limosna lo que puede adquirir con su trabajo”.

Y más adelante menciona a Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo, del que celebra “aquel juicio y tino que le es característico”, anotando una idea de su texto Esquisse d’un ouvrage en faveur des pauvres, y que considera perfectamente aplicable a Chile:

“Rarísima vez se encuentra un indigente que sea incapaz de alguno siquiera de los trabajos conocidos. No hay movimiento por pequeño que sea, el de un dedo, el de un pie, una simple mirada, una cosquilla que no pueda utilizarse. Un tullido en cama, con tal que posea el uso de la vista y de la palabra, puede velar; y si es ciego además, con tal que pueda sentarse, puede tejer, puede hilar, etc. La incapacidad es relativa, y no hay aptitud, por pequeña que sea, de que no pueda sacarse partido” (V. Pérez Rosales, Memoria sobre emigración, inmigración y colonización).

La eliminación de la pobreza va asociada a la generación de riqueza y al engrandecimiento económico de los países y los individuos. Resulta, sin duda, impresionante su capacidad para imaginar soluciones concretas. Sugiere: colonias de beneficencia, casas de trabajo (workhouses inglesas), una Quinta Normal de Agricultura en cada provincia, viveros a cargo de indigentes y muchas otras que propone como “...correctivo del ocio y como verdadero modo de socorrer al desvalido”. Soluciones con las cuales el Estado liberaría fondos para financiar otros proyectos como la educación.

Su liberalismo se confirma, por otro lado, en que por encima de la monarquía, aplaude las virtudes de la república.  Postula el modelo democrático de los países de la “envidiada Europa”; pero, sobre todo, el modelo estadounidense, en el que además de las ventajas materiales europeas, no existía “la división de clases sociales” y donde menos observaba la intervención del Estado en la marcha del país.

De la misma manera, se presenta como un gran partidario de la independencia americana, la que defiende con criterios liberales: fin del aislamiento comercial, activación del comercio y la industria, contacto con naciones ilustradas.

Resulta igualmente moderna su permanente admiración por las creaciones de la industria humana. Celebra la llegada a Chile de ferrocarriles, fotografía, elec tricidad y otros inventos que señalan “el alcance del poder del hombre”. Es decir, implantar en Chile el espíritu que había hecho posible alcanzar en los Estados Unidos la riqueza y un progreso permanente.

Por último, es muy liberal su esfuerzo por implementar un proyecto de inmigración y colonización, es decir contribuir por medio de europeos a formar países cuyos habitantes fueran capaces de adaptarse con vitalidad al sistema moderno. Sobre todo en un país como Chile, que estando muy cerca de Europa en lo racial y cultural (“verdadera fracción europea”), poseía una densidad de población muy por debajo de las posibilidades de su territorio.


Un liberal conservador

Vicente Pérez Rosales, como muchos otros pensadores y políticos del siglo XIX latinoamericano, practicaron un liberalismo económico que permitiera fomentar la libertad de empresa y la conciencia individual. Pero, este proyecto podía fracasar en un mundo explosivo como el de América Latina, por lo que apelaron a un conservadurismo en lo político y social, que impusiera el orden por sobre las utopías consideradas como anárquicas. Es el caso de nuestro autor, porque, además, no importaron los modelos teóricos como las soluciones prácticas para el desarrollo del país. Fue más un cronista de su época, que un profeta.

Es cierto, por ejemplo, que elogia que a Estados Unidos como todo liberal, celebrando el auge del capitalismo estadounidense que se manifestaba en un continuo desarrollo económico; y también es cierto que lo asocia a una cuestión racial: la superioridad de la raza sajona, “más emprendedora” que la hispana. Conclusión a la que se adhiere al comparar la postración de California durante los trescientos años del dominio hispano-mexicano, con el positivo cambio experimentado en el breve tiempo de anexión a la Unión en 1850.

Isla Teja (1875)Lo que lo diferencia de los liberales latinoamericanos es que a poco andar, se decepciona del modo de vida norteamericano, ironizándolo de una manera que no creemos encontrar en otros exponentes de esta doctrina. Alega, por ejemplo, que no todo el éxito de Estados Unidos se debe a los estadounidenses: “Débese también –dice– al concurso individual de lo más audaz y emprendedor de cuanto descuella en todas las demás razas humanas”. En su opinión, es el espíritu de empresa, “virtud que no tiene patria conocida”, más que lo racial, la causa de tal éxito. E, incluso, con “orgullo patriótico”, considera el aporte chileno al desarrollo de California, mencionando una serie de obras debidas al esfuerzo de sus compatriotas.

Viviendo en Estados Unidos, escribió, que el orden en “aquella época de desgobierno” se mantenía sólo por la fuerza, “viajando entre hombres que no tenían, más Dios que el oro, más derecho que el del más fuerte, ni más corte de apelaciones que el plomo de las armas”. Lo que más le dolió, fue el desprecio que sentían los estadounidenses hacia los del Sur, por el hecho de descender de españoles.
 
Sus argumentos son de corte nacionalista, y acercándose a ciertos rasgos del pensamiento conservador, se mostró en ocasiones receloso de los continuos éxitos de Estados Unidos. Por lo demás hay que tener presente que nuestro autor, siempre considera a Estados Unidos –dentro de la admiración– como competidor en la captación de inmigrantes europeos, por lo cual su mirada se vuelve más crítica que la de otros liberales, que no participaron en la traída concreta de extranjeros.

Este mismo nacionalismo durante su residencia en Europa, le llevará a convertirse en un baluarte de sus antepasados chilenos e hispánicos; y molesto por el desprecio hacia Chile de algunos alemanes, pública en un periódico de ese país un extenso artículo en el que, con vigor propugna el mundo latino y español. Aplaude a la raza romana (cita a Horacio, Cicerón y Dante), menciona a la España de los Austrias, a Hernán Cortés, a los vencedores de Pavía; y con igual brío defiende al chileno, como una mezcla de lo anterior con la “generosa sangre” de los “libres araucanos”.

A lo anterior debemos agregar, el éxtasis con que besó, en Madrid, la espada de Isabel la Católica, “ser privilegiado a quien los americanos debemos nuestra existencia”. Aquí resulta notoria su ambigüedad de elección entre un pensamiento liberal innovador y una posición conservadora tradicional.

Tampoco renegó del idioma castellano, como lo hicieron algunos liberales e, incluso, estableció una abierta defensa de él.

Los argumentos anteriores nos permiten plantear diversas hipótesis para definir su pensamiento.

En primer lugar, podemos asumir que el modelo conservador fue tan fuerte a mediados del siglo pasado XIX, que también influyó en pensadores no totalmente comprometidos con esa ideología o, al revés, que el liberalismo fue lentamente absorbido también por los representantes de la tendencia nacionalista y conservadora.

También es posible que Vicente Pérez Rosales haya modificado su itinerario (liberal) al colaborar con el gobierno conservador de Manuel Montt, y acercarse a las posiciones “peluconas”, según las cuales la mejor democracia era la que se asociaba al orden social.

Es sintomática su defensa del presidente Montt en quien Vicente Pérez Rosales veía los principios que él consideraba como propiamente liberales: libertad de empresa y comercio, colonización, fomento de la cultura, impulso al desarrollo; pero se aparta de las posturas liberales, acercándose al conservadurismo, en la defensa del “principio de autoridad”, muchas veces encarnado en una persona, y que le parecía la base del funcionamiento político, haciendo suya la idea de aquéllos que como Diego Portales, pensaban que los países americanos no estaban maduros para optar a la democracia plena.

Tal vez, creyó de buena fe, encontrar entre los conservadores una posibilidad mayor de realizar su proyecto de país. O tal vez, fue por interés personal, que cansado de vagabundear, decidió acogerse a la sombra de un gobierno (el de Manuel Montt) que –según propia confesión– le “daba de comer”. También es posible, que en la paz de una posición social, primara una perspectiva equilibrada y conservadora por sobre sus primeros ideales.

En este sentido, Vicente Pérez Rosales confirma cierto destino ideológico de muchos liberales, como Benjamín Vicuña Mackenna y Domingo F. Sarmiento, quienes fueron acercando su proyecto a posiciones más conservadoras, particularmente en su negativa relación con los pueblos originarios.

La estructura ideológica de Vicente Pérez Rosales se constituye a partir de hechos menores (a veces pintorescos) de la vida real, que le sirven de escuela. Como la batalla entre navíos ingleses y estadounidenses que observó en Valparaíso en 1814, escribiendo que los ingleses ni siquiera respetaron la neutralidad de las aguas chilenas en las cuales estaba la fragata estadounidense Essex. Irónicamente titula este episodio como su “Primera lección de Derecho Internacional”: y ésta consiste en saber que en el mundo no caben idealismos, y que los ingleses al final ni siquiera dieron explicaciones a Chile. Esta actitud lo llevó a desconfiar de las ideas, de la política y del poder: Vicente Pérez Rosales representa una mezcla de republicano elegante, con algo de irónica desconfianza en el “ser más perfecto de la creación, el hombre”, y de fino criollo que busca adoptar en Chile un modo de vida traído del Viejo Mundo.

Los conceptos liberal y conservador nunca se dieron en América Latina de igual forma que en Europa, por constituir realidades económicas, culturales y políticas diferentes. José Luis Romero ha señalado que las mismas palabras europeas, en América tomaron significados diferentes, y que cada grupo ideológico hizo suyo un cierto programa más allá de las fuentes originales. Esto es especialmente notorio al estudiar el liberalismo del siglo XIX, el cual más que un programa político, en nuestro continente, muchas veces se constituyó como un sistema amplio de ideas, o aun en un sistema de vida, lleno de sus mismas contradicciones.

Estamos en presencia de un hombre práctico, más que especulativo, que buscó resolver problemas concretos. Un nacionalista, pero de manera diferente a los del Centenario de 1910, es decir, con pueblo y con paisaje; pero también, a favor del inmigrante, del comercio y del crecimiento económico. Un nacionalismo más concreto que ideológico. Un chileno que nunca quiso estar en otra parte, ni postuló mundos diferentes a éste, ideológicamente hablando, de lo que le permitía un horizonte político de su inteligencia concreta. Que intentó integrarse lo más posible al Chile productor, para vivirlo profundamente y transformarlo con su esfuerzo, y construir desde su propio tiempo y desde su país, un mundo como una sola unidad de toda la raza humana.


Sus ideas sobre emigración e inmigración

Vapor Toltén en el río Valdivia (1876)Siempre manifestó una defensa universal del inmigrante como aquel sujeto que es capaz de abandonar su tierra natal y buscar oportunidades a riesgo de perder lo que abandona. Para él inmigrar es uno de los aspectos fundamentales de la condición humana, marcada por la necesidad de cambiar el lugar de nacimiento en busca de mejores horizontes de realización personal. Considera el proceso de emigración-inmigración uno de los motores que mueven el mundo. En el caso particular de Chile, la inmigración tiene ventajas por tratarse de un país con una economía deficitaria y casi sin industria, por lo que debe recurrir a la venta de materias primas. La llegada de europeos permitiría avanzar más rápido en alcanzar la modernidad, al fomentar por ejemplo, el “espíritu de asociación” de los chilenos, considerado como el modelo ideal de relación entre los seres humanos: la unión para el trabajo conjunto, poniendo en práctica la confianza entre ellos.

Con sus ideas sobre inmigración, representa la mentalidad modernizadora de su época, que se extendió por América Latina y también en Estados Unidos de América, en los países europeos y en lugares como Asia y Rusia.

En la búsqueda del desarrollo económico la comparación con Europa resultaba inevitable, como al confrontar la abundancia natural de Chile con la ausencia de mano de obra calificada que supiera transformarla en bienes exportables.
 
En el caso del Ensayo sobre Chile, el capítulo VIII está dedicado, precisamente, a describir la colonización de Llanquihue en la que él mismo participó. No se trata de reflexiones teóricas sino de su propia experiencia, entregando informaciones y consejos prácticos que permitieran hacer atractivo a un país tan distante y desconocido, como el suyo:

“Era preciso compensar al emigrante con ventajas inmediatas y positivas, los inconvenientes de la distancia; hacer a los extranjeros concesiones onerosas; ponerlas rigurosamente en ejecución, y obligar al inmigrante, a fuerza de generosidad y de benevolencia, proclamar a Chile como uno de los primeros países donde el capitalista, el industrial y el hombre pobre, pero honrado y laborioso, pueden sin grandes esfuerzos, encontrar la fortuna y la felicidad”.

Explica el modo cómo se dividieron los terrenos, cuáles eran las obligaciones y los derechos con el país de acogida, insistiendo en su idea que la inmigración es un proceso que debe fomentar y financiar el Estado:

“En Puerto Montt es donde se desembarcan los emigrantes; aquí un edificio espacioso está dispuesto para servirles de primer asilo; botes, costeados por el gobierno, conducen a tierra sus equipajes y efectos; un médico reconoce el estado sanitario de los recién llegados y se les distribuye gratis víveres y refrescos, los primeros ocho días después de su llegada, o durante más largo tiempo, si están verdaderamente en la imposibilidad de elegir un terreno. Después son transportados a costa del Estado, hombres y bagajes, al paraje donde se encuentra el lote que han escogido”.

En su opinión el colono ideal es el que hace de Chile su nueva patria, como sucedía por norma con los alemanes.

Justamente, la llegada de alemanes al sur de Chile, además de mostrar que había hecho bien su trabajo, era la prueba de un sueño hecho realidad. Haberlo logrado, fue su principal orgullo:

“En 1850, se reputaba quimérica la idea de establecer una colonia en Llanquihue. Dos años después, cuando su fundación, fue forzoso admitir que se podía vivir en estas localidades; pero se sostuvo, aun en los periódicos, que el gobierno empleaba en ella de un modo infructuoso las rentas del Estado, atendiendo que esta comarca no se prestaba a los trabajos agrícolas ni por su clima, ni por su suelo, y que sus costas eran inaccesibles a las embarcaciones. Tres años de experiencia han bastado para probar lo contrario; se ve llegar directamente de Hamburgo a Puerto Montt grandes buques cargados de emigrantes” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Siempre mostró un permanente optimismo frente a las posibilidades económicas para los habitantes que implicaba la llegada de los colonos y el inicio de una nueva realidad laboral y mercantil.
 
Con la llegada de colonos a Valdivia, el balance es positivo por la incorporación de aquellas tierras a la que denomina “civilización”, es decir, el comercio, la agricultura en serie, la industria, la urbanidad:

“Las tierras comenzaron a tener un valor, las ciudades una forma más regular; el antiguo sistema de construcción fue abandonado y artesanos de toda especie emanciparon a la comarca del tributo que pagaban a la industria del norte. Se introdujo un nuevo método de cultivo, y ya los molinos de trigo, máquinas de aserrar, grandes cervecerías, destilaciones y curtiembres comenzaron a figurar en la industria valdiviana” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Y hablando de los nativos de Valdivia señala las ventajas para ellos del contacto con el inmigrante:

“Un poco menos de la cuarta parte del territorio de Valdivia está bajo el dominio inmediato de los indios civilizados, a quienes se acostumbra todavía llamar araucanos, aunque los verdaderos no existen ya. La línea que los separa de los indios civilizados y de los habitantes de origen europeo no podría ser indicada con exactitud, en atención a que cambia de día en día por los progresos que hace el elemento europeo sobre esas tribus antes tan guerreras” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).


La imagen de Chile en el Ensayo sobre Chile

Vicente Pérez Rosales ofrece una imagen del país que ya estaba presente en sus textos anteriores, y que mantendrá en los siguientes. Es la imagen de su país constituido por visiones diversas, sobrepuestas e incluso contradictorias, en las que, sin embargo, dominan algunas características permanentes.

Al diferenciar la población de Chile entre blancos, indios y mestizos, una manera para identificar al país científicamente, así como para darlo a conocer al colono, nos entrega la imagen de un país mayoritariamente mestizo. Lo hace a partir de las cifras del censo de 1854, que determinaba la población en 1.439.120 habitantes, entre los cuales no se consideraba a los indios. Los extranjeros sólo alcanzan a 19.669.

Se trata, pues, de un Chile casi completamente mestizo, con un escaso número de europeos llegados recientemente o nacidos aquí, a los que él pertenece, y que constituye la elite política, cultural y económica.

En relación con el mundo indígena, probablemente recibió la influencia de Domingo Faustino Sarmiento, que por entonces ya había publicado su Facundo (1845), en el que expone la negativa influencia de la “barbarie” en América; aunque nuestro autor es menos crítico que el sanjuanino y no hace distinciones raciales aborrecibles ni llega a las odiosidades de Sarmiento en contra del nativo. Por el contrario, muestra comentarios más equilibrados, y manifiesta incluso cierto orgullo en sus conciudadanos indígenas:

“El chilote no tiene una talla aventajada, pero es bien constituido y posee una gran agilidad. Es no sólo el primer marino de la república, sino de toda la América Meridional. Habituado desde su más tierna infancia a los peligros del mar, tiene, para arrostrarlos, una sangre fría que excede los límites del valor y raya en temeridad. Lord Cochrane, uno de los marinos más distinguidos de su siglo, tuvo ocasión de tener chilotes a sus órdenes, cuando la guerra de la independencia, y los ha calificado en el número de los marinos más expeditos e intrépidos del mundo” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Vicente Pérez Rosales, ha leído y asimilado a Domingo F. Sarmiento pero no su desprecio racial, pues el chileno observa al indígena con esperanza:

“Se ven, al aproximarse la primavera, grandes ganados de animales vacunos criados en Valdivia dirigirse hacia los mercados de Concepción, atravesando, sin escolta alguna, el territorio de esos araucanos, cuyas fuerzas y malevolencia hacia los europeos se ha exagerado tanto” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Vicente Pérez Rosales se diferencia de los que aplicaron el esquema de “civilización y barbarie” a ultranza, como Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista Alberti o Esteban Echeverría, pues vio al indígena, aunque atrasado con respecto al europeo, simplemente como seres humanos con una actitud que le permite un diálogo más sincero.

Su interés es describir pero también construir una imagen del país, como un lugar equitativo natural, social y racialmente integrado. También barrer la ignorancia que se mantenía en Europa sobre la geografía y los habitantes de los diversos países de la América española a los que se confundía unos con otros:

“Para la mayor parte de los europeos, las palabras América del Sur no tiene otro significado que Perú y México. Las primitivas riquezas de estos dos estados dejaron impresiones demasiado profundas para que su recuerdo pueda ser fácilmente borrado; y como, por una fatalidad nunca bien sentida, estas desgraciadas repúblicas parecen desde largo tiempo disputarse el premio de inestabilidad y de las conmociones políticas, nada tiene de sorprendente que siempre se encuentre la idea de América estrechamente ligada a la de revolución y desorden” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Éste es su objetivo central: dar a conocer al país y rectificar los errores, pues aunque en un principio se trata de una introducción a Chile, a poco andar intenta complementar los datos desconocidos, asumiendo el papel de un avanzado descubridor.

En esta perspectiva describe un Chile nuevo y desconocido a los ojos de los científicos y de los propios habitantes.

Una imagen destacada de Chile, es su mirada como un paraíso de generosa naturaleza. Se trata de un país granero, un país almacén, un emporio surtidor de cereales, minerales, pescados y agua mineral para beber; frutas, carbón, algas, cal, gusanos de seda, y muchos otros productos comercializables. Una abundancia natural que sólo necesita la mano de obra extranjera para ser utilizada en beneficio personal y nacional.

Vicente Pérez Rosales va insertando sus opiniones de enamorado conocedor de esta tierra generosa, a la que describe como un lugar de abundancia y belleza natural, con los pronósticos relacionados con un lugar donde desarrollar en plenitud la vida familiar, económica y política, con todos los derechos de una ciudadanía recién asumida. En este sentido es el creador de una nueva imagen del país, con una perspectiva diferente a la de los antiguos cronistas quienes describen lo que ven, mientras que se involucra en el futuro, personaliza su trabajo y se incluye en el texto, como un experto guía que invita y acompaña al colono que busca la prosperidad económica y la paz social:

“Conduciré por la mano al extranjero desde las selvas vírgenes de las regiones australes hasta el árido desierto de Atacama. Penetraré con él en el Estrecho de Magallanes, designado por el dedo de la naturaleza para ser en algún tiempo la llave del Pacífico, y entonces la Patagonia dejará de ser para él un objeto de horror y de desprecio. Ostentaré a su vista las riquezas naturales que comienzan ya a ser conocidas en la República y le haré entrever aquellas que la ciencia puede todavía descubrir. Estudiando la sección política, notará tal vez defectos en nuestras leyes constituyentes, pero estas mismas imperfecciones, tan naturales en los países que se reconstituyen sobre las ruinas de un antiguo sistema, harán realzar ante sus ojos las virtudes cívicas y el espíritu de orden que reinan entre los chilenos; porque no obstante sus tendencias hacia las mejoras sociales, no admiten jamás las transiciones violentas. Su paso es lento, pero siempre firme y continuo en el sendero de la civilización” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Evidentemente que la imagen de un Chile ideal presenta exageraciones, pero, no son los errores los que nos interesa destacar, sino el entusiasmo con que escribe para dar a conocer los bienes naturales existentes, así como las oportunidades que ofrece a quienes se radiquen aquí. Vicente Pérez Rosales hace un análisis distinto al de los cronistas coloniales, los ensayistas jesuitas, los científicos y viajeros, para señalar las grandes alternativas de negocios en un país caracterizado por sus tierras baratas, fértiles y con abundante riego. Un país con estaciones climáticas suaves y bien marcadas, en las que los animales domésticos, así como los productos básicos, el maíz, el trigo y la avena, crecen prácticamente sin cuidado, o con el mínimo.

No obstante la intención propagandística del texto, no teme ofrecer también la imagen del Chile real, que incluye elementos menos ponderables.


Un país culturalmente pobre, lejano y aislado

Plano de territorio colonizado por alemanes (1870)En su opinión se trata de un país culturalmente pobre a raíz de la lejanía de Europa y de los centros de civilización, debido a la prolongada etapa colonial que lo transformó en un país atrasado, con muy bajo desarrollo educacional. Un país más militar que culto e industrial.

Para él Chile no nació inserto en el desarrollo capitalista sino como un lugar de conflicto bélico. Ahora, conseguida la independencia, se debía buscar la colonización y la integración con el resto del mundo civilizado, al que Chile pertenecía. En este militarismo “bautismal”, la guerra primera en contra del mapuche, por parte del español, y más tarde del criollo, aparece como una constante a través del tiempo. Un conflicto utilizado, sin embargo, en beneficio de sus propias opiniones. Así, el mapuche cuando combate al español lo hace por razones “patrióticas e independientes”. En cambio, cuando lo hace en contra el chileno, se transforma en un ser salvaje que se debe someter y civilizar. Para él ha sido esta guerra prolongada la causa del atraso de lo que considera un Chile premoderno y colonial:

“La guerra, los impuestos exorbitantes y mal distribuidos, la industria, en parte trabada y en parte anulada, el comercio monopolizado, las relaciones con los extranjeros excluidas, la educación viciosa y no llegando jamás a las masas, la venta aun de libros sagrados prohibida bajo penas severas, a menos que no fuesen aprobados por el Consejo de Indias, he aquí las verdaderas razones de la falta de población que se observa en Chile” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Es el otro rostro de Chile: el atraso desde el cual la joven república ha debido construirse después de la independencia:

“Los chilenos europeos y mixtos que existían en Chile antes de 1810 no eran en su mayor parte más que verdaderos campesinos, muy pacíficos, de conocimientos muy limitados, viviendo en un bienestar mediocre, y no conociendo ninguna de las necesidades que engendra el lujo y el bienestar material de que gozan los europeos”.

En su opinión, de esta pobreza y lejanía surgía su principal mal: la carencia de una educación que le permita al país el desarrollo.

Menciona el caso de lo poco que se aprovechan los minerales una vez extraídos del suelo, perdiéndose una parte importante de los beneficios producidos por el país.

Por otro lado, sostiene que la lejanía y aislamiento resultaba beneficioso para Chile, pues lo volvía prácticamente inaccesible y de fácil defensa, rodeado por un enorme océano, gigantescas cordilleras y un desierto casi infranqueable.

Es la unión perfecta de un país (auto) definido como aislado por su propia voluntad, y por la geografía que lo separa naturalmente de una América Latina vista como incapaz de organización política. En este sentido es creador y difusor de la idea de Chile como un país diferente en América Latina, imagen que será recuperada por sectores nacionalistas en la época del Centenario, como Francisco Antonio Encina, y más tarde también, durante la década de 1970 y 80.

La imagen de un país lejano, aislado y diferente, se presenta ahora como un elemento positivo, pues el aislamiento ha contribuido a marcar el carácter nacional como un país con conciencia de su orden político y social. Pero un “país aislado, lejano y diferente”, podía ser también el anzuelo perfecto para el europeo que busca un lugar con espacio y orden jurídico para su desarrollo personal.

Rechazó el militarismo latinoamericano que se manifestó, después de la independencia, en guerras civiles permanentes y que fueron la causa del escaso interés del europeo en el nuevo mundo, así como su imagen del atraso y la violencia. Su propósito en Europa fue justamente modificar esa imagen negativa y transformar a Chile en un lugar atractivo para el europeo deseoso de paz y prosperidad. Y, al culpar al colonialismo de los males de la nueva república, asume el ideario de los liberales, los que muchas veces transformaron su antihispanismo en el caballo de batalla para justificar los conflictos posindependencia, así como el afrancesamiento con que concebían la cultura. Su afán es mostrar a Chile como un Esta¬do con pleno orden político y funcionamiento económico. Un país distinto que ha superado el desgobierno y las dictaduras que caracterizaban a la región.

Con orgullo reitera las positivas diferencias de Chile en el contexto latinoamericano, lo que creó una imagen muy extendida y duradera entre sus compatriotas:

“Existe empero, en el continente que Colón dio a España, una república modesta y tranquila, más conocida en los escritorios de comercio de los principales puertos de Europa que en la alta y baja sociedad del antiguo mundo. Ese Estado, verdadera fracción europea trasplantada a 4.000 leguas de distancia en otro hemisferio y al cual sus instituciones liberales, su amor al orden, sus crecientes progresos, sus grandes recursos territoriales, la actividad de su comercio y una paz permanente cuyo precio conoce, han colocado en una situación excepcional respecto a las demás naciones de un mismo origen, es Chile” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

La visión final que nos presenta de Chile es la de un país con todos los requisitos necesarios para alcanzar el desarrollo, pero que por falta de ciencia y seres humanos capacitados, está perdiendo la oportunidad.

Es una imagen que perdurará a lo largo de los siglos XIX y XX en el diagnóstico de historiadores, economistas y políticos, quienes también coincidieron en que desarrollo y educación van de la mano.

Esta ausencia de conocimientos e inteligencia práctica hace que no se generen las ganancias que podrían obtenerse de los abundantes recursos naturales.

Chile recién ha comenzado el camino de la modernidad, pero por buena senda. Destaca lo mucho que se ha avanzado en los primeros años de vida independiente. Declara con orgullo los adelantos en educación, en la creación de instituciones públicas, en la extensión del saber. Y con el mismo orgullo entrega un detallado informe de lo avanzado en obras sociales, educación pública, bibliotecas y premios anuales al trabajo, así como en relaciones exteriores, y muchas otros aspectos, que una vez más, le confirman la existencia de un Chile distinto y superior a los demás países de origen hispano americano.


Un viajero en su propio país

La imagen que Vicente Pérez Rosales nos presenta de Chile se debe a su experiencia directa de muchos lugares que conoció como un “simple viajero”, y el ser testigo de lo que cuenta se constituye en uno de sus valores principales. Efectivamente, por su labor como empresario, agricultor, contrabandista de ganado, minero, hacendado, comerciante y como agente de colonización y funcionario de gobierno, pudo realizar un trabajo de campo anotando las alturas de montañas, las temperaturas medias y las lluvias de cada región, los ríos y puertos, el estado de los caminos, las poblaciones humanas y sus grados de desarrollo, y sobre todo la agricultura del lugar y las características del quehacer económico de los habitantes. Esos apuntes le permitieron en Hamburgo constituir la base para la escritura del Ensayo sobre Chile.

Recurre al tópico de lo “visto y lo vivido” utilizado por los cronistas coloniales para asegurar la veracidad de su relato, pues muchas descripciones de Chile le parecen especulativas, destacando su actitud de testigo privilegiado:

“Ninguno de los escritores que han publicado la relación de sus viajes a través del territorio de los indios, ha sido testigo ocular de la mayor parte de los hechos que refiere. Simples descripciones, a veces contradictorias y casi siempre exageradas, son los únicos datos que nos presentan” (V. Perez Rosales, Ensayo sobre Chile).

Permanentemente ofrece su experiencia como empresario agrícola, la que sin duda enriquece su trabajo y lo diferencia de los científicos tradicionales:

“Once años de experiencia personal, en la provincia de Colchagua, me autorizan para decir que, por poco que se cuide el cultivo del fréjol, se cosecha siempre 100 por uno. En los 11 años consecutivos que sembré esta leguminosa, no hubo más que uno en que obtuve 80 por uno: dos años dieron en proporción de 112, y los demás, más de ciento”.

Pero el autor no sólo intenta describir, sino además, sacar conclusiones prácticas sobre cuestiones de geografía, ciencias naturales, economía. Compartió con una generación de ensayistas, viajeros, científicos y divulgadores, chilenos y ex¬tranjeros, como Claudio Gay (1800-1873), Ignacio Domeyko (1802-1889), Alcide d’ Orbigny (1802-1857), Rodulfo Amado Philippi (1808-1904), quienes intentaron definir las características naturales, sociales y políticas de la naciente república, para conocer sus bienes naturales, el número de sus habitantes, la condición de los pueblos, sus ríos y puertos, el tamaño y forma de sus ciudades. Tuvo acceso a documentación avanzada: las obras de Amado Pissis, Louis Antoine Bougainville, George Anson, James Cook, Ignacio Domeyko, Robert Fitz-Roy, y todavía a Antonio Pigafeta y Claude Poulliet, e incluso recurre a los apuntes de Karl Anwandter, uno de los primeros colonos que llegaron a Valdivia.
 
Su obra sobrevive, pues representa un gran esfuerzo por crear una imagen del país que se mantuvo a lo largo de su siglo XIX y también del siguiente, como la de un país rico y con gran futuro de, entre otros factores, promoverse la inmigración.


Leer en la actualidad el Ensayo sobre Chile

Todo libro que encierre un proyecto político, histórico o cultural siempre tiene relación con la sociedad del presente, pues contribuye a definir las semejanzas o diferencias respecto al ayer en que fue escrito, y nos permite considerar los cambios positivos o negativos, respecto a aquel proyecto. Esa lectura nos enriquece pues nos muestra con claridad nuestra condición política, histórica o cultural actual.

En el caso del Ensayo sobre Chile, la cercanía de sus propuestas, surgidas hace 150 años, con la actualidad es muy estrecha, debido a que su autor las escribió intentando llevar a sus conciudadanos hacia un futuro que en parte se parece a nuestro presente.

Al leer la obra desde nuestro hoy es fácil comprender su vigencia, debido a que el país mantiene todavía algunos de los problemas señalados por Vicente Pérez Rosales, así como las soluciones que propuso todavía son adecuadas: la nece¬sidad de un mayor desarrollo económico para evitar la marginalidad social, con el apoyo de una educación de calidad extendida a una amplia parte de la población. Estudiar y conocer a Chile a través de su geografía e historia, así como la identidad de su gente, para integrarlo a las corrientes políticas y culturales del mundo, sin complejos ni rivalidades. Fomentar la industria y el comercio, a través de laborio¬sos inmigrantes que nos enseñen técnicas nuevas o desconocidas, todo lo cual nos permitiría construir un país más fuerte y más justo.

Puede ser reconocido por muchos aspectos positivos, pero probablemente su objetivo central, el de construir un país en el mundo real, más allá de utopías imposibles, sea su principal aporte. Su sueño es el de la modernidad ilustrada: cosmopolitismo, comercio e industria, emigración permanente de personas de uno a otro punto del globo terráqueo, sin leyes que la prohíba, usar los recursos naturales para mejorar el nivel de vida humano, crear trabajo, construir caminos, levantar ciudades. En fin, alcanzar la emancipación del individuo a través de la razón, y en el contexto de un sistema republicano.

Puede ser visto como el mejor representante del proyecto de la elite chilena del siglo XIX, un proyecto superado en la actualidad por otros sectores sociales y otros modos de vida, pero que en su momento encarnó en nuestro autor a la figura del pionero que cruza el país en busca de oportunidades de desarrollo nacional y enriquecimiento personal.

Por este amor a Chile, ha recibido merecidos homenajes expresados en el bautismo con su nombre de Parques nacionales, plazas y calles, y ha sido leído con respeto y admiración por pensadores de un amplio espectro político y cultural.

Sin embargo, algunas de sus propuestas han sido superadas: el proyecto de inmigración han sido reemplazados por la integración de los propios habitantes al sistema nacional, especialmente de los grupos indígenas. Las relaciones con Europa y Estados Unidos se han modificado y ya no se espera de ellos los modelos a seguir en cuestiones económicas, políticas y culturales. La propia integración latinoamericana, aunque lenta, es mayor que en su tiempos, y nos hace aparecer como menos diferentes que nuestros vecinos.

En el peor de los casos, la quema y destrucción de bosques milenarios en el sur para abrir caminos y establecer asentamientos para los colonos, así como su imagen del indígena, son aspectos que ofenden nuestra sensibilidad actual, y prueban la distancia ideológica que existe entre nosotros y aquel proyecto inicial de modernidad.

La reedición del Ensayo sobre Chile, cumple con varios propósitos y reconocimientos: por su condición de fuente original para conocer la historia del pensamiento en Chile, particularmente en el estudio de las mentalidades y la colonización del sur. Por su vigencia en las descripciones geográficas, y porque su lectura contribuirá a la formación de conciencias científicas entre sus lectores más jóvenes, al situar a la ciencia en la agenda pública como un área fundamental para alcanzar el desarrollo económico y humano, y establecer una buena relación entre el habi¬tante y la naturaleza en que vive.

Pero, además, nuestro autor agrega a su interés científico, su experiencia de empresario y protagonista, la que enriquece su trabajo y lo diferencia de los científicos tradicionales. Por esta tiple mirada de testigo, científico y empresario, Vicente Pérez Rosales no intenta sólo describir, sino obtener conclusiones prácticas sobre cuestiones de geografía, ciencias naturales, economía, política. Y en muchos aspectos, piensa y actúa como un constructor de futuro en el mundo real, en el que le tocó vivir.

El balance final de la obra, pensamiento y vida de Vicente Pérez Rosales nos ha heredado su preocupación por hacer de Chile un país destacado entre sus iguales. Valoramos su afán por viajar y enfrentar al mundo, desde la condición de chileno. Admiramos igualmente su sentido del humor y su optimismo, sus amplios conocimientos, su fina ironía y su elegancia, su hambre de conocimientos y experiencias. Pero, sobre todo, la calidad de su pluma, dotada de una gracia única entre aquellos que se propusieron construir una imagen de Chile que perdurara en el tiempo.

 

 
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