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Vicuña Aguirre, Pedro Félix (1805-1874)
Retrato de Pedro Félix Vicuña AguirreNació el 21 de febrero de 1805, en el seno de una familia que representativa de la nueva clase criolla, deseosa de buscar la emancipación de una España que veían opresora de sus ideales. Sus progenitores fueron Francisco Ramón Vicuña, descendiente de una familia de probable origen vasco que llegó a fines del siglo XVII a Chile, y Mariana Aguirre, quien trajo al mundo otros catorce hijos, de los cuales ocho murieron en la niñez.

El padre era un hombre de vasta sabiduría, iniciado en los estudios de la Filosofía y del Latín y, por sobre todo, un ardoroso luchador de la independencia nacional, actitud que muchas veces le llevó a poner en riesgo los intereses propios y de su familia. Un hombre de negocios, que tuvo como una de sus empresas principales la fabricación de fusiles, y que participó activamente en el primer gobierno autónomo de Chile, llegando a ser diputado del primer congreso nacional.

Los inicios turbulentos de la república marcaron tempranamente lo que fue el sino de Pedro Félix Vicuña durante toda su vida: la persecución y ostracismo político, el destierro y la clandestinidad. Las diferencias de su padre con los hermanos Carrera implicaron la huida de toda la familia desde la capital, a finales de 1811, para asilarse en la hacienda del abuelo paterno ubicada en el pueblo de Catapilco (en las cercanías de La Ligua). El retorno de los representantes de la autoridad española al poder, después de la derrota sufrida por los patriotas en Rancagua en 1814, no trajo mejor fortuna para los Vicuña, puesto que el jefe de familia se vio obligado a vivir en la más completa clandestinidad debido a una orden de destierro a la isla Juan Fernández. El resto de la familia pudo volver a Santiago, donde Mariana Aguirre encomendó la educación de sus hijos Pedro e Ignacio al instructor Benlo Mujica, un conocido de su padre, gran gramático y conocedor del latín, además de un apasionado defensor de las ideas republicanas, que sin duda influyó directamente en la formación de los primeros ideales políticos de su aventajado discípulo.

Desesperado con el obligado alejamiento de su familia, Francisco Ramón Vicuña tomó la decisión de vivir como clandestino en su propio domicilio, a pesar de ser perseguido por el cuerpo de los Talaveras. En esas condiciones estaba cuando llegaron las noticias de los éxitos obtenidos en Chacabuco y Maipú, que no pudieron ser más felices para esta sufrida familia. Sin embargo, el júbilo iba a ser momentáneo, si bien los Vicuña apoyaron en sus inicios al gobierno de Bernardo O’Higgins, posteriormente comenzaron un alejamiento definitivo, motivado por el recelo que les provocaba la preponderancia que tenía el general San Martín sobre éste.

Uno de los primeros actos que realizó el nuevo gobierno independiente fue la reapertura del Instituto Nacional, al cual ingresó Pedro Félix para poder normalizar definitivamente sus estudios. Por esos días su padre llevaba a cabo felices negocios en las costas peruanas, acompañando los triunfos de la Expedición Libertadora, los que trajeron una prosperidad sin precedentes para los Vicuña. Es más, en la figura del general Ramón Freire por fin encontraron la encarnación de su ideario político y se comprometieron fielmente con su gobierno iniciado a finales de 1823. Fue así como Francisco Ramón Vicuña llegó a ejercer los ministerios de Gobierno y Relaciones (también a cargo de la marina nacional) y Hacienda, detentando, incluso, el mando de la nación por períodos breves. Relata en sus memorias Pedro Félix que estando su padre a cargo de las relaciones exteriores, y por ausencia del subsecretario, se le encargó a él la traducción de ciertos escritos provenientes de otras latitudes. Ante la buena labor realizada, el mismísimo Director Supremo le ofreció desempeñarse como subsecretario de la cartera, teniendo tan sólo veinte años. Pero rechazó la propuesta, simplemente para ir a trabajar en un almacén, “aprendiendo como el último dependiente los rudimentos del comercio, al que me pensaba consagrar”.

Pedro Félix se trasladó a Valparaíso para participar en los negocios de un familiar. Logró acumular un pequeño capital con el que adquirió la primera imprenta del puerto, iniciando así una de sus principales vocaciones, el periodismo. Publicó El Telégrafo Mercantil y Político, con dos ediciones por semana, que comenzaron el 3 de octubre de 1826 y llegaron a un total de ochenta y nueve números. Se trataba de un boletín de dos páginas, en que se publicaban noticias internacionales y de política nacional. Luego debió vender la imprenta para dedicarse a sus otros negocios; los nuevos propietarios pusieron énfasis en las informaciones comerciales y financieras, convirtiendo esta pequeña publicación en El Mercurio de Valparaíso. En esa misma época (exactamente el 13 de septiembre de 1826) contrajo matrimonio con su prima hermana Carmen Mackenna Vicuña, su eterna compañera con la que tendrían trece hijos, entre ellos el célebre historiador y hombre público Benjamín Vicuña Mackenna.
 
Para iniciar su nueva vida familiar, y tras la escasa receptividad de sus ideas políticas en el puerto, Pedro Félix regresó a Santiago, donde ocupó algunos cargos públicos, además de seguir con sus publicaciones que le sirvieron de instrumento para comenzar lo que sería una de las más grandes campañas de su vida, el criticar a la facción de los estanqueros que ya amenazaban con tomar el poder. A comienzos de 1828, editó un panfleto titulado “Algunas observaciones sobre la revolución del coronel Campino”, en que relata el intento de este militar por tomar el poder, y en cuyas motivaciones sospechaba la participación quienes posteriormente gobernarán por treinta años, a los que califica de “almas débiles que se cansan en la carrera, señal de que jamás las impulsó un noble y grandioso pensamiento, y concluyen queriendo dominar o prostituyéndose servilmente si otro más fuerte les tiende una mano protectora. Tales eran Benavente, Gandarillas, Portales y otros”.

En agosto de 1829 fue electo diputado por la ciudad de Quillota, el mismo año se le nombró elector de Presidente, oportunidad en que ratificó su apoyo al general Francisco Antonio Pinto, y se integró a una comisión encargada de formar un banco de la república. En sus memorias recuerda que prefiere guardar silencio durante las discusiones sobre el banco nacional, escuchando pacientemente las disertaciones de eminencias como José Joaquín de Mora o José Antonio Rodríguez Aldea. En los años posteriores, este será el tema de las más grandes preocupaciones de Pedro Félix Vicuña, quien debe haber lamentado fuertemente el fracaso de la misión encomendada a tan notable grupo.


Persecución y ostracismo

Difíciles años estos que la historiografía nacional muchas veces califica, injustamente, como de “anarquía política”. Ante algunos problemas de salud, y en medio de dudas sobre su persona, dejó el general Pinto el poder en manos del presidente del Congreso, nada menos que Francisco Ramón Vicuña, que ocupó la presidencia de la nación entre el julio y octubre de 1829. Pedro Félix realizó todos los esfuerzos posibles por ayudar a su padre y a la facción liberal, pero la presión revolucionaria de los pelucones era insostenible. Finalmente los liberales debieron renunciar al poder, y los Vicuña huyeron buscando refugio en la provincia de Coquimbo, de la cual un tío era gobernador, pero no pudieron evitar que tanto él como su padre fueran capturados.

El 17 de abril de 1830, en la batalla de Lircay, los conservadores tomaron definitivamente el poder, que mantendrían por más de tres décadas, durante las cuales Pedro Félix Vicuña fue un ferviente opositor. Imposibilitados ya de poder participar activamente en política, la familia Vicuña se retiró al campo, a realizar algunos exitosos negocios. Sin embargo, la pluma de Pedro Felix no se detuvo ante las injusticias que observaba en el régimen que impuesto por Portales. En 1834 publicó Teoría de un sistema administrativo y económico para la república de Chile, folleto de treinta y cuatro páginas en que, basado en los pensamientos de Cicerón, señaló su postura con respecto a la moral de la nación, que ha de ser fijada por la leyes; alababa la Constitución Liberal de 1828, por sobre la recientemente impuesta, y analizaba el sistema de hacienda pública, principalmente los impuestos que ésta cobraba, proponiendo la supresión del estanco del tabaco, de los gravámenes a las exportaciones de metales, de los recargos por propiedad territorial y de los diezmos de la agricultura.

Con motivo de la reelección del general Prieto en 1836 publicó la revista Paz perpetua a los chilenos, por la cual fue perseguido por el gobierno. Ese mismo año, a propósito de una expedición fallida comandada por el general Freire, que pretendía recuperar el poder, se declaró la guerra a Perú, alegando que este país había ayudado en su organización. Pedro F. Vicuña criticó la versión oficial, señalando que la causa de este enfrentamiento era la ambición del ministro Diego Portales, quien buscaba ampliar sus poderes para contrarrestar la oposición de otros partidos y la de sus propias filas. La guerra contra la Confederación Perú-Boliviana lo llevó a redactar el texto Único asilo de las repúblicas hispano-americanas (en un congreso general para todas ellas), en que muestra un gran espíritu americanista, instando a las recién emancipadas naciones a no gastar el tiempo en rencillas entre ellas y a organizar un congreso común que dirigiera sus intereses, en su opinión, la única forma de evitar el intervencionismo europeo y norteamericano.

Justamente será el militar que consoló la victoria chilena en Yungay uno de los que sufrió con mayor intensidad los escarmientos de Vicuña. En 1840 publicó El Elector Chileno, en que criticaba la candidatura presidencial del general Bulnes y apoyaba la del general Francisco Antonio Pinto. A pesar de la abrumadora victoria del candidato oficial, y de perder la representación de la provincia de Valparaíso como diputado, Pedro Félix Vicuña tuvo la satisfacción de ver llegar a dos hermanos al Congreso.

Sin perder su costumbre de inspirado detractor del régimen conservador, publicó entre 1842 y 1843 el periódico El Observador, escapando por el momento inmune de la drástica censura del gobierno. En ese último año editó también Su familia a la memoria del Sr. Arzobispo don Manuel Vicuña, a raíz del fallecimiento de su tío, quien fuera el primero en ocupar el cargo de arzobispo de Santiago. En estos escritos manifiesta su posición religiosa, como un ferviente católico, pero muy crítico del estado actual de la Iglesia, que considera como poco activa en las labores sociales, y del deterioro de la figura papal, por su constante intervención en los asuntos políticos. En estos escritos también, y hablando como un verdadero inquisidor, execra las teorías de Jean-Jacques Rousseau y François-Marie Arouet Voltaire, por ser “libros inmorales y corrompidos, los mismos que habían preparado la sangrienta revolución de Francia, y formado una sociedad de ateos”.

En 1844 publicó en El Mercurio de Valparaíso, diario que fue su más importante tribuna por largo tiempo, una serie de cartas apoyando la idea de la Sociedad de Agricultura de crear un banco nacional, en total fueron diecinueve epístolas que se recopilaron al año siguiente para editar Cartas sobre bancos, primer escrito en que Pedro Félix enuncia los principios de lo que será su más anhelado proyecto, el establecimiento del crédito público.


Activismo opositor

Familia Vicuña MackenaYa hastiado con lo que consideraba un abusivo gobierno por parte de Manuel Bulnes, se abocó a organizar la oposición. En 1845 participó junto con Manuel Bilbao y José Victorino Lastarria en la creación de un club opositor denominado la Sociedad Demócrata, y en su versión más popular, la Sociedad Caupolicán. Al año siguiente, en vísperas de una segura reelección del presidente Bulnes, organizó un partido de oposición junto con el coronel Pedro Godoy y postuló, fallidamente, a una senaduría por Valparaíso, alegando la intervención fraudulenta del oficialismo en su contra. Las tímidas manifestaciones en contra de los resultados electorales desataron una desmesurada respuesta por parte de las autoridades, que declararon estado de sitio. Pedro Félix Vicuña fue encarcelando y al constante opositor se le aplicó un castigo ejemplar, el destierro. El 8 de mayo de 1846 partió con rumbo a Lima, Perú.

Inmediatamente comenzó a realizar todos los esfuerzos necesarios para volver al país, en especial al recibir las cartas de su compungida esposa, la que lo instaba a renunciar a sus aspiraciones políticas. Recién llegado a Perú expresó sus descargos en Vindicación de los principios e ideas que han servido en Chile de apoyo a la oposición en las elecciones populares de 1846, atacando crudamente a figuras como el presidente Bulnes, Manuel Montt, ministro del Interior que no permitía su retorno, Domingo Faustino Sarmiento, a quien acusa de “huir de la dictadura en su patria para venir a actuar de servidor de los dictadores de la nuestra” y Andrés Bello “cuya sola autoridad bastó para otorgar el voto a los milicianos”. En la ciudad del Rímac tuvo la posibilidad de reunirse con algunos intelectuales y con Rosa O’Higgins, además de apreciar algunas técnicas innovadoras en el cultivo de vides que esperaba introducir en Chile.

Tras varios intentos fallidos, sólo pudo retornar al país cuando Manuel Montt se alejó del ministerio, a fines de octubre de 1846. Mostrando sus dotes de agudo observador editó a su regreso las memorias de su corto, pero intenso exilio bajo el nombre de Ocho meses de destierro o cartas sobre el Perú, en las que describe sus percepciones de esta república, señalando lo beneficioso que resulta que los autores románticos y clásicos no sean conocidos por aquellas tierras, criticando a los “afrancesados que solo sueñan con París, confundiendo la imaginación artística con el caos cerebral”.

Si bien por un tiempo pudo mantener su promesa de alejarse de la política, su ánimo volvió a agitarse ante las elecciones presidenciales de 1850. Entonces refundó el periódico La Reforma, apoyando la candidatura de Ramón Errázuriz en oposición ferviente al candidato oficial, su ya conocido antagonista Manuel Montt, contra el cual ya había intentado presentar una acusación constitucional por los vejámenes que éste le hizo sufrir durante su ministerio. Habiendo renunciado Ramón Errázuriz, La Reforma pasó a ser instrumento de propaganda para el que sería proclamado único candidato por parte de los opositores, el general José María de la Cruz. Acusado del levantamiento de un batallón en Valparaíso, Pedro Félix Vicuña se vio obligado a huir para no ser apresado, lo que esta vez hizo oculto en un buque mercante inglés con rumbo a Concepción.

Llegando a tierras penquistas, comenzó a publicar periódicos de apoyo a la candidatura del general De la Cruz, los que llegaron a ser importantes instigadores de los brotes revolucionarios que surgirían tanto en los lindes del Biobío como en La Serena, entre aquellos que buscaban una mayor autonomía regional, ahora unidos con la minoría pipiola, intentando terminar con la supremacía conservadora.

Pedro F. Vicuña fue nombrado intendente de Concepción y posteriormente secretario general de Campaña del Ejército Restaurador capitaneado por el general De la Cruz, el que tuvo paupérrimos resultados, coronados en la derrota en Loncomilla, el 8 de diciembre de 1851. Además de sufrir por las desfavorables cláusulas que el tratado de Purapel tuvo para sus causas, Pedro Félix Vicuña enfrentó una acusación constitucional por malversación de fondos públicos durante su administración en la intendencia de Concepción de la cual, finalmente, fue absuelto.

Es en este agitado período en que, nuevamente forzado a la clandestinidad, se volcó con pasión a la elaboración sistemática de su pensamiento en un serie de manuscritos que terminaron siendo la base de su obra culmine, El porvenir del hombre o Relación íntima entre la justa apreciación del trabajo y la democracia, publicada finalmente en 1858.


Prósperos últimos años

Pedro Félix Vicuña junto a su hijo Benjamín Vicuña MackennaUna vez finalizados los eventos de la fallida revolución de 1851, Pedro Félix abandonó por largo tiempo su vida política y retornó a su perfil más campestre y hogareño, dedicado a la escritura y los negocios, destacando entre estos una empresa minera en Purutún, Quillota. Sin embargo, no dejó de ser un atento observador de la realidad nacional, manteniendo activa su pluma, en particular para criticar a la nueva figura intelectual del oficialismo.

En 1855 llegó al país, contratado por el gobierno de Montt, el economista francés Jean Gustave Courcelle-Seneuil, con la misión de establecer un curso de Economía Política en la Universidad de Chile y de apoyar la gestión económica del gobierno. Este académico llegó a ser la personificación de todos los males que Pedro Félix Vicuña deseaba combatir, no tan solo por su relación con el régimen conservador, sino que por sus postulados económicos, que a la postre se instalaron como los fundamentos de la nueva política económica nacional. Jean G. Courcelle-Seneuil adhería radicalmente a la corriente liberal, proponiendo una extrema libertad de competencia en diversos aspectos tales como el comercio internacional, la emisión de dinero y las políticas para guiar la solución de la crisis económica que afectaba al país a partir de 1856.

Mientras el francés exponía sus ideas en diversos medios oficialistas, Vicuña utilizaba como tribuna El Mercurio de Valparaíso para manifestar su posición, destacándose la serie de artículos escritos en 1861 para oponerse al establecimiento de bancos privados de libre emisión de papel moneda y defender la instauración de un único banco público, que al año siguiente se publicaron bajo el título de Apelación al crédito público por la creación de un banco nacional.

A pesar de los sucesivos reveses políticos, el espíritu público de Pedro Félix Vicuña nunca claudicó, y este tesón sería premiado en sus últimos años, logrando finalmente ser elegido diputado por La Serena en 1864 y reelecto en 1867, ahora por la provincia de Ovalle e, incluso, llegando en 1871 al Senado. Este experimentado político se transformó así en “un hombre público macizo y firme que sorprende a los viejos y entusiasma a la juventud”. Un político admirado por sus correligionarios y respetado por sus adversarios, que luchó por consolidar el cambio de poderes que se estaba llevando a cabo en la época. De los proyectos que presentó ante el congreso, se destacan aquéllos en que busca crear un banco y un tribunal de minería y, su máximo anhelo, la creación de un banco nacional. Sin embargo, sus mociones en general fueron desatendidas. Pero al menos un triunfo político pudo anotarse al ser aprobada una moción suya para eliminar la prisión por deudas, que consideraba uno de los mayores vejámenes que se cometían contra los ciudadanos y principal arma de los usureros.

Sus funciones como senador se vieron afectadas por múltiples enfermedades, que finalmente lo llevaron a la muerte, falleciendo el 24 de mayo de 1874, a los sesenta y nueve años de edad.


Antecedentes y estilo de la obra

La edición original de El porvenir del hombre, reeditada por la Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, comienza con una introducción fechada el 3 de enero de 1858 y consta de veinte capítulos escritos en doscientas sesenta y seis páginas. Solo la introducción y el capítulo XX sobre la Confederación de Estados Hispano-Americanos fueron agregados para la edición impresa, pues el contenido de los escritos originales elaborados en los turbulentos días seguidos a la fallida Revolución de 1851 fue mantenido intacto, salvo la inclusión de algunas notas explicativas. Al respecto el autor señala en la introducción al texto: “Hace cuatro años que concluí este escrito... Podría haberle agregado algo más, e ilustrado con nuevos datos las cuestiones que encierra; pero sería quitarle cierta originalidad que debe tener, haciendo correcciones en épocas de calma, a un escrito que salía de mi pluma en los momentos de una revolución que terminaba, y en la que yo había tenido parte considerable. Mis ideas tenían sin duda el colorido del sentimiento que me dominaba, pero su expresión era solo la de mis más puras convicciones”.

El hecho de que Pedro Félix Vicuña sea el progenitor de una de las figuras intelectuales de mayor peso de la historia de Chile no es sólo anecdótico. La sabiduría acumulada en el seno de la familia Vicuña-Aguirre-Mackenna se gestó en generaciones. En El porvenir del hombre vemos un uso del lenguaje y estilo para exponer conceptos y acontecimientos que difícilmente tuvo igual en los primeros años del Chile independiente. Se hace referencia constante a las ideas económicas y políticas de punta en Europa y Estados Unidos, se utilizan ejemplos provenientes de diversas épocas de la historia universal y las escrituras judeocristianas, y se describen los más recientes acontecimientos que marcaban el destino de Occidente a mediados del siglo XIX.

Particularmente notable es el conocimiento que Pedro F. Vicuña tenía del desarrollo de la Economía Política en sus tiempos, siéndole cercanas tanto las teorías de los fisiócratas como las de quienes posteriormente utilizaron sus principios para establecer la economía liberal clásica como Adam Smith, Say y Bastiat e, incluso, las aún recientes y pesimistas profecías de Thomas Malthus.

Las penosas condiciones de escritura implicaron que el autor tuviese acceso limitado a textos de referencia, señalando él mismo que tan sólo contaba con una docena de libros a la mano, entre los que él destaca el diccionario John Ramsay McCulloch, de donde provienen todos los datos estadísticos internacionales provistos a lo largo del texto. Sin embargo, es notable su trabajo en cuanto a comparar los sistemas económicos extranjeros –principalmente de Inglaterra y Estados Unidos– con el nacional, siempre con cifras recientes y cuidadosos detalles.

Pero su estilo no es sólo elegante y erudito sino que, también, muchas veces irónico, particularmente para tratar aspectos como la pretendida superioridad de la raza anglosajona. En una nota posterior al capítulo XVI, incluso, se excusaba por su excesiva animosidad: “Quizá hay alguna pasión contra los ingleses en la pintura de su raza, pero me hallaba oculto y perseguido, y estaba muy reciente el rapto del vapor Arauco por las fuerzas inglesas, de lo que dependió el resultado de la campaña de 1851 que tanta sangre costó a la República. Por lo demás el carácter individual de aquella nación es para mí muy respetable y he tenido ocasión de conocer y admirar las virtudes privadas de muchos de ellos”.

También abandona a veces el modo académico para caer en un tono cercano a la arrogancia, generalmente concluyendo la exposición de sus ideas con sentencias como: “los números dan demostraciones matemáticas, que nadie podría disputarme”.

A las cuidadosas elucubraciones intelectuales de Pedro F. Vicuña se unen numerosas referencias anecdóticas a sus experiencias personales como empresario, político y ciudadano. Es así como algunos pasajes del libro están dedicados a relatar las condiciones de las clases menos aventajadas, particularmente del inquilinaje, y a describir la organización de la producción en la actividad agrícola nacional. También se hace hincapié en el abuso de los prestamistas y las penurias que causan a los deudores que terminan en la cárcel. Por ejemplo, relata su visita a un presidio nacional, y como más de la mitad de los prisioneros eran hombres de trabajo que habían caído por deudas, siendo tratados como los más bajos criminales.

El libro entero se anuncia como la primera parte de la exposición de las principales ideas del autor respecto a cómo alcanzar una democracia universal: “Ahora solo me ha ocupado su condición material…; en el segundo volumen la unidad política, moral y religiosa de nuestra especie terminarán la tarea”.

Es así como el segundo volumen, que nunca llegó a publicarse, buscaría dar a conocer otra parte de sus manuscritos, en que se trata sobre la cuestión religiosa y el establecimiento del clero como un quinto poder del Estado, siendo el cuarto el crédito público, materia que ocupa el grueso de El porvenir del hombre.

 

 
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