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Los caminos y obras viales en Chile
Desde tiempos coloniales, los caminos han resultado muy importantes a la hora de establecer sistemas de transporte y comunicaciones entre las diferentes regiones y localidades del país, además de ser una herramienta para asentar la soberanía hasta el último rincón del territorio. El desarrollo de la infraestructura vial, sin embargo, ha resultado difícil, debido complejo escenario geográfico que presenta el país. La construcción de cada nuevo camino ha obligado a desarrollar importantes soluciones de ingeniería.

La primera obra de vial significativa que se desarrolló en el país fue el camino que unió Santiago con Valparaíso en 1797. Impulsado por el entonces gobernador Ambrosio O’Higgins, las obras avanzaron rápido, completándose al cabo de cinco años.
Esta nueva vía de comunicación, que representó una de las más importantes realizaciones de la colonia, significó un gran adelanto en el incipiente comercio del país, al transformarse en la principal ruta de salida de los productos agrícolas al exterior.

Camino de Santiago a Valparaíso
El gobernador Ambrosio O’Higgins, luego de haber recorrido varias veces el antiguo camino de las serranías que cruzaba la Cordillera de la Costa, se propuso hacerlo transitable para carreteras y todo tipo de coches. Las obras se iniciaron en 1792, luego de recaudar el dinero, durante más de un año, gracias a un impuesto especial sobre cada carreta o mula que transitara entre Santiago y Valparaíso.
Los trabajos fueron dirigidos por Pedro Rico y comenzaron desde Santiago, aunque en un principio se dio preferencia a los tramos más difíciles. El cabildo por su parte comenzó a preparar Santiago para tener una entrada digna a este camino, empedrando San Pablo y realizando un puente sobre la Acequia de Negrete (lo que hoy es Avenida Brasil). Hacia 1874, las cuestas de Prado y Zapata que cruzaban las serranías de la costa estaban muy avanzadas, pero el camino recién quedó transitable para carruajes en 1797. La nueva ruta de 100 kilómetros, comenzó a ser aprovechada de inmediato por las carretas y caballos.
Casi un siglo después, cuando las obras ya estaban concluidas, Benjamín Vicuña Mackenna nos dejó una completa descripción de esta obra vial en De Valparaíso a Santiago: datos, impresiones, noticias, episodios de viaje (Santiago, Impr. de la Librería del Mercurio, 1877, 2 vols.).


Luego de la Independencia el interés por fomentar el desarrollo vial, aumentó. Las autoridades de la naciente República impulsaron el diseño de una serie de caminos, destinados a conectar el territorio y a estimular el comercio exterior, dando salida de los productos agrícolas.

Resultado de este interés fue la creación de la Dirección de Vialidad, en el año de 1828, con Santiago Ballerna como su primer Director General.  

La idea de que el progreso se materializaba en obras públicas y viales movió gran parte de las autoridades gobernantes del siglo XIX, que veían en ellas, la metáfora de crecimiento y consolidación de los modelos republicanos de la época. En este contexto, pese a que el gran símbolo de prosperidad fue el ferrocarril y la fiebre por tender líneas de hierro fue transversal a todos los gobiernos, esto no implicó dejar de lado la preocupación por los caminos de tierra.

Durante la década de los treinta, se habilitó el camino de Santiago a Rancagua, el que, cada era invierno, era inutilizando debido a las crecida de los esteros Paine y Angostura. Al mismo tiempo, se dispuso del mejoramiento de la ruta entre Rancagua y Concepción, obstruido en las proximidades del río Tinguiririca, debido a que no contaba con un puente para cruzarlo.

En 1842 se dictó la ley sobre caminos, puentes y calzadas, que constituyó la primera normativa del gobierno para ordenar el diseño y la construcción de las rutas en Chile.

En el marco de este nuevo impulso, en 1847 se dispuso la apertura de caminos desde Curicó y San Fernando al puerto de Llico para facilitar la extracción de los productos agrícolas de las tierras colchagüinas.

Sin embargo, pese a los avances en la construcción de caminos, estos aún se encontraban en período de prueba, en los que se continuaban definiendo las características técnicas de los caminos públicos y cuestas.

En 1855, el Presidente de la República, Manuel Montt, fue autorizado para contratar la construcción de caminos y puentes, además de conceder a los empresarios, la facultad para cobrar peaje en las rutas que iban desde la capital a San Fernando, Valparaíso, San Felipe y Melipilla y en el de Quillota a Valparaíso.

Estas iniciativas tuvieron impacto sobre el desenvolvimiento de la economía nacional, pero se trataba, todavía, de políticas aisladas. Según el censo de 1875, existían 600 caminos públicos que abarcaban casi 23 mil kilómetros, más los 1.500 vecinales, con 18 mil kilómetros, los que, en su mayoría, eran senderos de tierra, llenos de baches y piedras. Esta precaria situación se debida al escaso tránsito de carros y carruajes por ellos, la política ferroviaria y la costosa mantención de una red vial de cierta importancia.
 
Con la promulgación de la ley Orgánica de Municipalidades en 1891, que establecía la responsabilidad de los municipios en el cuidado de las rutas, se buscó solucionar el problema caminero. Sin embargo, la carencia de recursos impidió que esta norma pudiera aplicarse y debió ser reformulada en 1897, especificando el tipo de caminos que se atenderían con el presupuesto y favoreciendo a los caminos que unían centros poblados con estaciones ferroviarios; los que conectaban capitales de provincias entre sí y con capitales de departamento y los que empalmaban a dichas capitales con los puertos.

El cambio de siglo implicó una transformación en la política vial del gobierno. Mientras que en el siglo XIX el ferrocarril fue la gran representación del progreso, en el XX lo fueron las grandes carreteras y caminos pavimentados. Llegaba la era del asfalto.

El impulso inicial lo dio la incipiente circulación de vehículos con motor a gasolina, a partir de 1910. Siete años más tarde, sólo en la capital, ya se contabilizaban 2.354 autos particulares, 60 de carga y 950 coches para las diversas necesidades del servicio público, lo que motivó rápidamente el diseño de rutas y caminos adecuados para su tránsito. Así, en 1921 se construyó del primer camino de pavimento en Chile, el cual se realizó desde Valparaíso a Viña del Mar, en lo que actualmente se conoce como Avenida España.

En 1920, a través de la ley N° 3.611, se creó el primer marco legal que permitía disponer de recursos permanentes para la apertura y mantención de caminos y puentes, además del establecimiento de una institucionalidad encargada exclusivamente de estos temas. Durante esta misma década se utilizaron diversos préstamos para construir y mejorar caminos de la zona central, secciones de La Longitudinal que unía Arica con Puerto Montt, además de rutas de acceso a centros de consumo, estaciones de ferrocarriles y puertos de embarque.

Este nuevo escenario permitió que, para el año 1932, se pavimentarán 326 kilómetros y entre 1921 y 1934, se levantarán 42 puentes de concreto armado, uniendo el territorio y solucionando el crónico problema de buscar pasos para cruzar los esteros y ríos.

Durante el gobierno de Juan Antonio Ríos se inició la construcción de la Carretera Panamericana, proyectada en un inicio dentro de un plan continental que aspiraba a unir todos los países de América Latina. 

Carretera Panamericana
Inspirada en el proyecto del Ferrocarril Panamericano de fines del siglo XIX, la Carretera Panamericana se alzó como la gran pretensión de todos los países de América Latina durante la década de los treinta.
Para llevar a cabo esta obra de gran envergadura se realizó un Congreso Panamericano de Carreteras, el cual además de encargarse de aunar el entendimiento entre los países, debía buscar el trayecto más corto y directo entre las capitales.
La Carretera Panamericana en Chile tenía tres ramales que nacían en Santiago y se extendían hacia las fronteras de Argentina, Perú y Bolivia. Una de las vías llevaba hacia el norte hasta Perú y la otra se inclinaba hacia el este, en dirección a Bolivia. El tercero ramal, salía desde la capital hacia Argentina, atravesando la cordillera de los Andes, donde se encuentra la imagen del Cristo Redentor.
Durante el gobierno de Gabriel González Videla se impulsó la construcción del tramo de la Panamericana Norte entre el tramo de Santiago con La Serena. Inaugurado en 1952, de los 474 kilómetros que separaban a ambas ciudades se habían pavimentado 317 y 157 eran de base estabilizada.


Gabriel González Videla a su vez, construyó dos túneles de gran importancia: Angostura de Paine y Zapata. El primero ubicado en el límite entre Santiago y la región del Libertado Bernardo O’Higgins, tenía 352,5 metros de longitud con doble vía para la circulación de vehículos motorizados y fue entregado en 1949, mientras que el de Zapata de una longitud de 1,180 metros por dos metros de sección y con una calzada libre de 7,40 metros para doble tráfico, se entregó en 1951.

En el sextenio entre 1958 y 1964 se completó la estructura básica de la Carretera Panamericana, quedando unidas las ciudades de Arica con Quellón en la parte sur de la isla grande de Chiloé. En forma simultánea a esta expansión caminera, aumentaron las flotas de camiones y las empresas de autobuses rurales, lo que permitió el rápido flujo de mercaderías y productos perecibles, además de pasajeros.

Así, los 35 mil kilómetros de tierra que formaban la red vial en 1920, llegaron a ser en 1960, más de 63 mil, de los cuales, 5500 eran pavimentados.
 
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