

La electrificación de Chile |
Hoy en día es prácticamente imposible imaginarse la vida sin electricidad. No sólo convierte la noche en día, sino que permite el desarrollo de los medios de comunicación, transporte y electrodomésticos, entre otras de sus miles de aplicaciones. Sin embargo, la conquista de la electricidad en infinitos ámbitos de nuestra vida cotidiana, fue un largo proceso histórico en que hombres europeos y estadounidenses, a partir del siglo XVII, se dedicaron a la investigación de los fenómenos eléctricos. Motivados por el espíritu científico que buscaba comprender y controlar las fuerzas naturales, apoyados en la fe en el empirismo, comenzaron incipientemente sus estudios científicos acerca del electromagnetismo. Electromagnetismo Estas aplicaciones se convirtieron en variados adelantos tecnológicos que iban desde el telégrafo y el teléfono, en el ámbito de las telecomunicaciones; a las lámparas de arco y la ampolleta incandescente de Edison, en lo referente a la iluminación; o el motor eléctrico de corriente continua, como el dinamo -invención del belga Zénobe Gramme-, que permitió el desarrollo del tranvía, en lo que refiere al transporte y que también influyó en la maquinaria de la industria. Estos inventos significaron un cambio paulatino en la vida cotidiana de las personas. Rápidamente, estas innovaciones se expandieron por las nacientes repúblicas americanas y Chile no fue la excepción. Gracias a la iniciativa de pequeños empresarios nacionales y extranjeros, los adelantos antes mencionados fueron introducidos al país. A mediados del siglo XIX, junto a los trazados del ferrocarril, se expandió por el territorio nacional, el primer uso masivo y comercial de electricidad: el telégrafo. Este medio que transmitía mensajes codificados en Morse por cables, modulados en impulsos eléctricos, llegó a Chile en 1851. Su promotor fue Guillermo Wheelwright, empresario norteamericano radicado en Valparaíso, quien destinaba sus esfuerzos a la comunicación del territorio. Sin embargo, y dado que su “Compañía de Telégrafo Magnético” no contaba con los recursos para ampliar su servicio, el Estado se hizo cargo del sistema de comunicaciones y extendió las líneas hacia el norte y el sur, entre Copiapó y Lota. La Guerra del Pacífico significó un nuevo estímulo, que llevó a la conexión entre Caldera y Antofagasta y a la reconstrucción de líneas dañadas. En la década de 1870 y producto de la iniciativa privada de los Hermanos Mateo y Juan Clark, chilenos descendientes de un británico avecindado en Valparaíso, las líneas nacionales se conectaron con los circuitos internacionales a través de un cable submarino con Perú y de la cordillera de los Andes con Argentina, con el fin de conseguir una mejor conexión comercial para el puerto. En 1880, el empresario norteamericano Joseph Dottin Husbands, en conjunto con otros inversionistas, introdujo el teléfono al país y formó la “Compañía Chilena de Teléfonos de Edison”, que inició sus actividades al año siguiente. Debido al gran éxito obtenido, muy pronto se necesitaron más recursos para expandirse, los que fueron aportados por capitales extranjeros a través de la formación de la nueva compañía “West Coast Telephone Company”, fundada en 1884. Ésta abarcó toda la costa oeste sudamericana y amplió su servicio por el territorio nacional, uniendo en 1887, a Concepción con Penco y Tomé y a Santiago con San Antonio y Valparaíso. Llega a Chile la magia de la luz En esta primera etapa de electrificación, a la iniciativa de los pequeños empresarios se debe sumar la creación de grandes sociedades anónimas, como la Chilean Electric Tramway and Light Company Limited (1897) o la Compañía General de Electricidad Industrial S.A., conocida como CGE (1905). Estas jugaron un papel importante en la generación y transmisión de electricidad. Asimismo, las instalaciones de grandes empresas industriales y mineras aportaron al proceso de electrificación, especialmente en lo que refiere a los niveles de generación. Un viajero en el tiempo Las primeras plantas de generación eléctrica eran pequeñas y funcionaban localmente, es decir, de forma fragmentada e independiente. Más tarde, cuando la energía pudo ser transmitida en alta tensión, comenzó la distribución a través de grandes distancias por medio de tendidos sostenidos en altas torres. Por otra parte, la construcción de grandes centrales de generación termo o hidroeléctrica, se hizo más común. Así, por ejemplo, la Compañía Alemana Trasatlántica de Electricidad (DUEG) levantó dos centrales cercanas a grandes centros urbanos, aprovechando los recursos hídricos próximos: El Sauce, para Valparaíso, inaugurado en 1908; y La Florida, para Santiago que entró en funcionamiento en 1909 y 1910. En las primeras décadas del siglo XX, el desarrollo del sector eléctrico se caracterizó por su heterogeneidad en lo relacionado con la tecnología utilizada, debido a que cada empresario generador la escogía según lo que le parecía más conveniente. Esto fue así porque no existía una norma que uniformara el servicio y porque ellos aún no consideraban la posibilidad de interconectarse. Para entonces, en el país funcionaban cerca de 90 empresas en más de 100 ciudades y pueblos, que distribuían electricidad desde sus propias plantas. Ante esta situación, en 1904 el Estado buscó regular la instalación y funcionamiento de la gran cantidad de empresas eléctricas que se estaban organizando en los distintos puntos del país, mediante la ley N° 1665, que estableció un primer marco legal. Ese mismo año, se creó la Inspección Técnica de Empresas e Instalaciones Eléctricas, organismo creado para asesor técnicamente al Presidente de la República en sus nuevas facultades. La Primera Guerra Mundial implicó un estancamiento momentáneo en el proceso de electrificación, debido a que la tecnología no pudo seguir importándose. Esta coyuntura significó un aumento en las tarifas, provocando el descontento de los usuarios. En este complejo escenario, el gobierno dictó en 1916 el Decreto Nº 771, que regulaba la oferta y fijaba los precios; norma a la que los empresarios intentaron hacer frente a través de su unión en la Asociación de Empresas Eléctricas de Chile y la apelación al decreto, aunque sin éxito. Asociación de Empresas Eléctricas Las tres grandes sociedades anónimas -Chilean Electric Tramway and Light Co., la Compañía Nacional de Fuerza Eléctrica (1919) y la CGE-, rivalizaban por el principal eje del país: Santiago-Valparaíso. La competencia finalizó en 1921, cuando la fusión de las dos primeras en la Compañía Chilena de Electricidad Limitada (más tarde Chilectra), resolvió la situación. Por su parte, la CGE tenía establecimientos en San Bernardo, Rancagua, Caupolicán, San Fernando, entre otros. De esta forma, las grandes empresas se repartían el territorio nacional. En 1925 se promulgó la primera Ley General de Servicios Eléctricos a través del Decreto Ley Nº 252, la que reguló todo lo relacionado con la generación y distribución de energía eléctrica. Además, con el objetivo de fiscalizar el cumplimiento de la normativa, se creó el Consejo y la Dirección de Servicios Eléctricos. Más tarde, en 1931, se dictó el Decreto Fuerza Ley Nº 244, con el cual la Ley General de Servicios Eléctricos aumentó la actividad fiscalizadora del Estado sobre las empresas. A través de estas disposiciones el Ejecutivo uniformó el desarrollo eléctrico, que hasta entonces había sido de responsabilidad exclusiva de particulares. Estas medidas se desarrollaron en un escenario de plena expansión para la industria eléctrica. Entre 1922 y 1929, el consumo eléctrico aumentó un 33% acumulativo anual y se inauguraron centrales eléctricas como Los Maitenes (1923) de la Compañía Nacional de Fuerza Eléctrica, que abastecía a la zona central del país y la central Queltehues (1928), considerada como la planta más grande y moderna, construida hasta ese momento. A este crecimiento también contribuyó la electrificación de la red de Ferrocarriles del Estado, pues implicó un gran aumento en la generación de energía eléctrica, además de contribuir notablemente a la mejora progresiva en la distribución. En un escenario en el que el principal uso de la energía eléctrica se concentraba en el alumbrado público y tranvías, las compañías comenzaron a promover su uso en el ámbito doméstico, publicitando las comodidades y facilidades de los nacientes electrodomésticos.
Durante esta misma década, mientras todavía existían empresas eléctricas de menor envergadura a lo largo del país, las grandes sociedades comenzaron a desarrollar redes de interconexión en la zona central, uniendo primero las centrales de La Florida, Maitenes y Mapocho a la que posteriormente se sumó Queltehues. Con la crisis mundial de 1929 se paralizó el proceso de electrificación hasta 1932, año en el que comenzó un proceso de reactivación, estimulado principalmente por el incremento del consumo de electricidad. Sin embargo, las empresas generadoras no fueron capaces de responder al aumento de la demanda, ya que no contaban con técnicos ni recursos para satisfacerla. En esta coyuntura de crisis energética, un grupo de ingenieros de la Universidad de Chile, liderado por Reinaldo Harnecker, se reunió en 1932 para plantear una solución al crítico escenario. En 1935 publicaron el documento Política Eléctrica Chilena, en el que interpretaron la crisis como un fracaso del liberalismo. Su propuesta fue el ambicioso proyecto de la electrificación nacional, a través del financiamiento público y dirección estatal autónoma, que respondía a la necesidad de generar una mayor oferta que demanda. A los pocos años, este estudio se insertó como parte del proyecto de industrialización, de políticas de fomento y creación de empresas estatales, guiadas por la CORFO (1939). El Plan de Electrificación del País fue aprobado en 1943 y se desarrolló a través de la Empresa Nacional de Electricidad S.A. -Endesa- que, creada para cumplir el objetivo de entidad autónoma, supuso el término de las empresas privadas en este rubro hasta fines del siglo XX. |