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La electrificación de Chile
Hoy en día es prácticamente imposible imaginarse la vida sin electricidad. No sólo convierte la noche en día, sino que permite el desarrollo de los medios de comunicación, transporte y electrodomésticos, entre otras de sus miles de aplicaciones.

Sin embargo, la conquista de la electricidad en infinitos ámbitos de nuestra vida cotidiana, fue un largo proceso histórico en que hombres europeos y estadounidenses, a partir del siglo XVII, se dedicaron a la investigación de los fenómenos eléctricos. Motivados por el espíritu científico que buscaba comprender y controlar las fuerzas naturales, apoyados en la fe en el empirismo, comenzaron incipientemente sus estudios científicos acerca del electromagnetismo.

Electromagnetismo
El electromagnetismo es el estudio de los fenómenos eléctricos y magnéticos unificados en una misma teoría. Si bien se tenían ciertos conocimientos de estos fenómenos desde la Antigua Grecia, fue sólo en el siglo XVII cuando distintos experimentos llevaron a conclusiones científicas de éstos fenómenos. Hombres como William Gilbert, Benjamin Franklin y Alessandro Volta, entre otros, investigaron estos dos fenómenos de manera separada y llegaron a conclusiones similares con sus experimentos.
Esto fue así hasta el siglo XIX, cuando en 1820, el físico danés Hans Christian Oerted, descubrió la estrecha relación entre el magnetismo y las cargas de la corriente eléctrica -que es el movimiento de electrones por un conductor-, que genera una fuerza magnética fija en el tiempo. Esta propiedad dio el principio para la creación de motores eléctricos.
En 1831 Michael Faraday sentó los fundamentos de la teoría, cuando encontró una ley que interpretaba la inducción electromagnética. Ésta establece que todo campo magnético variable en el tiempo, induce a la generación de una fuerza electromotriz (FEM), de un campo eléctrico. En el fondo, al atravesar un alambre conductor en medio de un campo magnético generado por imanes, las cargas eléctricas del conductor, que estaban en reposo, entran en movimiento creando un flujo de corriente. Este es el principio en que se basan los generadores de electricidad.
En 1861, James Clerk Maxwell reunió los nuevos conocimientos en cuatro ecuaciones. Se trata de la Ley de Ampere, la Ley de Coulomb, la Fuerza de Lorentz y la Ley de Ampère Generalizada. Estas ligan inequívocamente un campo eléctrico a un magnético, y describen en conjunto cualquier fenómeno electromagnético. Esta nueva teoría consistente permitió realizar varios inventos como, por ejemplo, la ampolleta incandescente de Thomas Alva Edison.
Por último, esta teoría de campos electromagnéticos estudia fenómenos físicos en los que intervienen cargas eléctricas en reposo y en movimiento. Los primeros son estudiados en la electrostática y los segundos en la electrodinámica.

El avance en los conocimientos de las propiedades de la electricidad permitió que, hacia el siglo XIX, las aplicaciones prácticas de la electricidad comenzaran a surgir. Se trataba de pilas, distintas máquinas que generaban energía eléctrica, medios para transmitir mensajes a larga distancia, producción de material eléctrico, de conductores, entre otros.

Estas aplicaciones se convirtieron en variados adelantos tecnológicos que iban desde el telégrafo y el teléfono, en el ámbito de las telecomunicaciones; a las lámparas de arco y la ampolleta incandescente de Edison, en lo referente a la iluminación; o el motor eléctrico de corriente continua, como el dinamo -invención del belga Zénobe Gramme-, que permitió el desarrollo del tranvía, en lo que refiere al transporte y que también influyó en la maquinaria de la industria. Estos inventos significaron un cambio paulatino en la vida cotidiana de las personas. Rápidamente, estas innovaciones se expandieron por las nacientes repúblicas americanas y Chile no fue la excepción. Gracias a la iniciativa de pequeños empresarios nacionales y extranjeros, los adelantos antes mencionados fueron introducidos al país.

A mediados del siglo XIX, junto a los trazados del ferrocarril, se expandió por el territorio nacional, el primer uso masivo y comercial de electricidad: el telégrafo. Este medio que transmitía mensajes codificados en Morse por cables, modulados en impulsos eléctricos, llegó a Chile en 1851. Su promotor fue Guillermo Wheelwright, empresario norteamericano radicado en Valparaíso, quien destinaba sus esfuerzos a la comunicación del territorio.
En esta línea creó una flota de vapores que conectaba Valparaíso con Callao, llamada Pacific Steam Navigation Company, y se abocó a la construcción del primer ferrocarril, entre Copiapó y Caldera. Su siguiente paso fue el telégrafo.

Sin embargo, y dado que su “Compañía de Telégrafo Magnético” no contaba con los recursos para ampliar su servicio, el Estado se hizo cargo del sistema de comunicaciones y extendió las líneas hacia el norte y el sur, entre Copiapó y Lota. La Guerra del Pacífico significó un nuevo estímulo, que llevó a la conexión entre Caldera y Antofagasta y a la reconstrucción de líneas dañadas. En la década de 1870 y producto de la iniciativa privada de los Hermanos Mateo y Juan Clark, chilenos descendientes de un británico avecindado en Valparaíso, las líneas nacionales se conectaron con los circuitos internacionales a través de un cable submarino con Perú y de la cordillera de los Andes con Argentina, con el fin de conseguir una mejor conexión comercial para el puerto.

En 1880, el empresario norteamericano Joseph Dottin Husbands, en conjunto con otros inversionistas, introdujo el teléfono al país y formó la “Compañía Chilena de Teléfonos de Edison”, que inició sus actividades al año siguiente. Debido al gran éxito obtenido, muy pronto se necesitaron más recursos para expandirse, los que fueron aportados por capitales extranjeros a través de la formación de la nueva compañía “West Coast Telephone Company”, fundada en 1884. Ésta abarcó toda la costa oeste sudamericana y amplió su servicio por el territorio nacional, uniendo en 1887, a Concepción con Penco y Tomé y a Santiago con San Antonio y Valparaíso.
 
El tiempo de la generación, transmisión y distribución de energía eléctrica tuvo que esperar. Con el paso de los años y los avances de la ciencia, en la medida en que la electricidad pudo ser utilizada como fuerza motriz e iluminación pública, de edificios y casas, sus aplicaciones se extendieron. La multiplicación de los inventos en Europa y Estados Unidos, evidenciaban la transición de una ciencia experimental a una industria de plena utilidad para la comunidad y la economía.
 

Llega a Chile la magia de la luz

La iluminación de los espacios públicos era realizada, a fines del siglo pasado, con faroles alimentados por gas, en la ciudad de Santiago.
Hacia marzo de 1883 la Plaza de Armas de la capital, instaló los primeros postes alimentados por electricidad, prolengando esfuerzos que ya habían llevado adelante algunas casas comerciales. Esta demostración de modernidad deslumbró a los chilenos de la época, tal como quedó testimoniado por los medios de prensa:

LUZ ELÉCTRICA.- Hoi en la noche se alumbrarán según el sistema de Edison algunas tiendas del portal Fernandez Concha, pasaje Matte, calle de los Huérfanos, entre Estado y Ahumada y otras de estas últimas calles. Entre las que contarán con mas luces se pueden citar la de Prá y Ca., que tendrá 30; el almacen de Kirsinger, 15 y la sastrería de Pinaud, con 12, funcionará un gran motor llegado últimamente que puede elaborar cerca de 2,000 luces (El Ferrocarril, 1 de marzo de 1883).

ALUMBRADO ELÉCTRICO.- Un numeroso concurso de jente se agrupaba anoche delante de la fotografía de los señores Díaz y Spencer, que era un verdadero foco de luz. El salón estaba brillantemente iluminado con seis luces del sistema Edison, y podía examinarse los retratos en sus menores detalles, siendo de notar que los cuadros al óleo, lejos de perder con esta luz, puede decirse que ganaban en su conjunto. Un retrato de la señora Wiztak, en el rol de Lucrecia era de todos admirado, pues la luz eléctrica hacía resaltar magníficamente su colorido. La vidriera estaba también alumbrada por tres luces, y producía un efecto incomparable (El Ferrocarril, 4 de marzo de 1883).

CURSO ESPECIAL DE ELECTRICIDAD.- Próximamente tendrá lugar la apertura del curso especial de electricidad en el laboratorio de física de la Universidad. Esta clase, que ha sido encomendada al señor Luis L. Zegers, funcionará en el local indicado que ya está provisto de todo lo que se necesita para dar con teniente desarrollo a tan importante ramo. Además, el Ministro del ramo ha autorizado ampliamente al señor Zegers para hacer un gran encargo de instrumentos a Europa, encargo que ya se ha hecho al Ministro de Chile en París, pidiéndole que se consulte para esto con el eminente profesor del Colejio de Francia, M. E. Marcart. Así, dentro de unos tres meses tendremos en Santiago un laboratorio tan bien provisto como cualquiera de los establecimientos análogos europeos. Esta nueva clase, que podríamos llamar popular, está llamada a prestar mui importantes servicios, pues de ella saldrán buenos telegrafistas, ingenieros para los trabajos de luz eléctrica y hombres competentes en el transporte de fuerza motriz, galvanoplastia, relojería eléctrica, y en la multitud de aplicaciones de electricidad a la industria. En este curso, que se abrirá probablemente dentro de cinco a seis días, el señor Zegers, según hemos sabido, está dispuesto a admitir, no sólo a los que deseen aprender cualquiera de esas nuevas profesiones, sino también a las personas que anhelen instruirse en esta interesante rama del saber (El Ferrocarril, 5 de marzo de 1883).
 

A fines del siglo XIX, la luz eléctrica era concebida como el máximo símbolo del progreso, lo que llevó a que los municipios se mostraran interesados en adquirir el servicio como parte de una campaña de modernización urbana. Consecuentemente, durante las últimas décadas del siglo, se multiplicaron las empresas que proporcionaron energía eléctrica a los distintos pueblos y ciudades, en base a la obtención de privilegios exclusivos.

En esta primera etapa de electrificación, a la iniciativa de los pequeños empresarios se debe sumar la creación de grandes sociedades anónimas, como la Chilean Electric Tramway and Light Company Limited (1897) o la Compañía General de Electricidad Industrial S.A., conocida como CGE (1905). Estas jugaron un papel importante en la generación y transmisión de electricidad. Asimismo, las instalaciones de grandes empresas industriales y mineras aportaron al proceso de electrificación, especialmente en lo que refiere a los niveles de generación.
 

Un viajero en el tiempo
En 1900 Oscar Dávila Izquierdo presentó una memoria de título, en el certamen anual al que concurrían los alumnos del curso de Economía Política impartido en la Universidad de Chile, bajo el título de "La Empresa de Tracción i Alumbrado Eléctrico de Santiago". El joven autor, que fue premiado por su obra, se preguntaba qué pensaría un hombre del del siglo XV que tuviera la posibilidad de conocer los increíbles avances vividos en el mundo hacia fines del XIX: “¿qué diría un hombre de esa época si resucitara hoi? ¿Qué diría si se sintiera transportado en un navío en 5 días de New-York a Liverpool (…) ¿Qué impresión sentiría al ver los carros eléctricos recorrer rápidos y silenciosos las calles de las ciudades, movidos por una fuerza invisible i poderosa? ¿Cuál no sería su asombro, su espanto, al oír una conversación a leguas de distancia, al ver llegar por un hilo, no digo ya las palabras, sino el retrato de un amigo, al oír un instrumento metálico repetir hasta con su entonación las palabras de un ser querido, perdido ya para siempre?”.


Las primeras plantas de generación eléctrica eran pequeñas y funcionaban localmente, es decir, de forma fragmentada e independiente. Más tarde, cuando la energía pudo ser transmitida en alta tensión, comenzó la distribución a través de grandes distancias por medio de tendidos sostenidos en altas torres. Por otra parte, la construcción de grandes centrales de generación termo o hidroeléctrica, se hizo más común. Así, por ejemplo, la Compañía Alemana Trasatlántica de Electricidad (DUEG) levantó dos centrales cercanas a grandes centros urbanos, aprovechando los recursos hídricos próximos: El Sauce, para Valparaíso, inaugurado en 1908; y La Florida, para Santiago que entró en funcionamiento en 1909 y 1910.

En las primeras décadas del siglo XX, el desarrollo del sector eléctrico se caracterizó por su heterogeneidad en lo relacionado con la tecnología utilizada, debido a que cada empresario generador la escogía según lo que le parecía más conveniente. Esto fue así porque no existía una norma que uniformara el servicio y porque ellos aún no consideraban la posibilidad de interconectarse. Para entonces, en el país funcionaban cerca de 90 empresas en más de 100 ciudades y pueblos, que distribuían electricidad desde sus propias plantas. Ante esta situación, en 1904 el Estado buscó regular la instalación y funcionamiento de la gran cantidad de empresas eléctricas que se estaban organizando en los distintos puntos del país, mediante la ley N° 1665, que estableció un primer marco legal. Ese mismo año, se creó la Inspección Técnica de Empresas e Instalaciones Eléctricas, organismo creado para asesor técnicamente al Presidente de la República en sus nuevas facultades.

La Primera Guerra Mundial implicó un estancamiento momentáneo en el proceso de electrificación, debido a que la tecnología no pudo seguir importándose. Esta coyuntura significó un aumento en las tarifas, provocando el descontento de los usuarios. En este complejo escenario, el gobierno dictó en 1916 el Decreto Nº 771, que regulaba la oferta y fijaba los precios; norma a la que los empresarios intentaron hacer frente a través de su unión en la Asociación de Empresas Eléctricas de Chile y la apelación al decreto, aunque sin éxito. 
 
 

Asociación de Empresas Eléctricas
El 15 de marzo de 1916 se inauguró la primera sesión de la Asociación de Empresas Eléctricas. Esta entidad gremial fue creada para estimular la cooperación entre empresas que operaban en una díficil área tecnológica. Junto con aportar un frente común para enfrentar los distintos desafíos, la entidada estimuló el desarrollo de proyectos destinados a facilitar la incorporación de adelantes que permitieran mejorar el servicio y abaratar los costos.
Él órgano oficial de la asociación fue un Boletín que servía como medio de comunicación y difusión.

Boletín de la Asociación de Empresas Eléctricas de Chile, año 1916, n°
1, 2, 3, 4, 5, 678 y 9.

Tras la Gran Guerra, el aumento de la demanda de energía eléctrica -producto del incremento de la población nacional, su urbanización y al avance sostenido de la industrialización-, fomentó el ingreso de nuevos actores a la industria; los cuales, debido al volumen de sus inversiones y a la tendencia a absorber a las pequeñas empresas, transformaron el escenario del mercado eléctrico, el que pasó de múltiples manos a concentrarse en sólo unas pocas.

Las tres grandes sociedades anónimas -Chilean Electric Tramway and Light Co., la Compañía Nacional de Fuerza Eléctrica (1919) y la CGE-, rivalizaban por el principal eje del país: Santiago-Valparaíso. La competencia finalizó en 1921, cuando la fusión de las dos primeras en la Compañía Chilena de Electricidad Limitada (más tarde Chilectra), resolvió la situación. Por su parte, la CGE tenía establecimientos en San Bernardo, Rancagua, Caupolicán, San Fernando, entre otros. De esta forma, las grandes empresas se repartían el territorio nacional.

En 1925 se promulgó la primera Ley General de Servicios Eléctricos a través del Decreto Ley Nº 252, la que reguló todo lo relacionado con la generación y distribución de energía eléctrica. Además, con el objetivo de fiscalizar el cumplimiento de la normativa, se creó el Consejo y la Dirección de Servicios Eléctricos. Más tarde, en 1931, se dictó el Decreto Fuerza Ley Nº 244, con el cual la Ley General de Servicios Eléctricos aumentó la actividad fiscalizadora del Estado sobre las empresas. A través de estas disposiciones el Ejecutivo uniformó el desarrollo eléctrico, que hasta entonces había sido de responsabilidad exclusiva de particulares.

Estas medidas se desarrollaron en un escenario de plena expansión para la industria eléctrica. Entre 1922 y 1929, el consumo eléctrico aumentó un 33% acumulativo anual y se inauguraron centrales eléctricas como Los Maitenes (1923) de la Compañía Nacional de Fuerza Eléctrica, que abastecía a la zona central del país y la central Queltehues (1928), considerada como la planta más grande y moderna, construida hasta ese momento.

A este crecimiento también contribuyó la electrificación de la red de Ferrocarriles del Estado, pues implicó un gran aumento en la generación de energía eléctrica, además de contribuir notablemente a la mejora progresiva en la distribución. En un escenario en el que el principal uso de la energía eléctrica se concentraba en el alumbrado público y tranvías, las compañías comenzaron a promover su uso en el ámbito doméstico, publicitando las comodidades y facilidades de los nacientes electrodomésticos.
 

Electricidad y artefactos domésticos
En la década de 1920, el mercado de artefactos domésticos se vio invadido de cocinas, calentadores de agua, planchas, refrigeradores y aspiradoras eléctricas, entre otros. Los letreros luminosos y las tiendas especializadas exhibían en sus vitrinas la modernización de la vida cotidiana del hogar chileno, mientras los periódicos, día a día, llamaban a tomar la decisión de llevar la modernidad al hogar. Sin embargo, fueron las clases acomodadas las que más disfrutaron, en esa época, los beneficios ofrecidos por la electricidad.


Durante esta misma década, mientras todavía existían empresas eléctricas de menor envergadura a lo largo del país, las grandes sociedades comenzaron a desarrollar redes de interconexión en la zona central, uniendo primero las centrales de La Florida, Maitenes y Mapocho a la que posteriormente se sumó Queltehues.

Con la crisis mundial de 1929 se paralizó el proceso de electrificación hasta 1932, año en el que comenzó un proceso de reactivación, estimulado principalmente por el incremento del consumo de electricidad. Sin embargo, las empresas generadoras no fueron capaces de responder al aumento de la demanda, ya que no contaban con técnicos ni recursos para satisfacerla. 

En esta coyuntura de crisis energética, un grupo de ingenieros de la Universidad de Chile, liderado por Reinaldo Harnecker, se reunió en 1932 para plantear una solución al crítico escenario. En 1935 publicaron el documento Política Eléctrica Chilena, en el que interpretaron la crisis como un fracaso del liberalismo. Su propuesta fue el ambicioso proyecto de la electrificación nacional, a través del financiamiento público y dirección estatal autónoma, que respondía a la necesidad de generar una mayor oferta que demanda. A los pocos años, este estudio se insertó como parte del proyecto de industrialización, de políticas de fomento y creación de empresas estatales, guiadas por la CORFO (1939). El Plan de Electrificación del País fue aprobado en 1943 y se desarrolló a través de la Empresa Nacional de Electricidad S.A. -Endesa- que, creada para cumplir el objetivo de entidad autónoma, supuso el término de las empresas privadas en este rubro hasta fines del siglo XX.
 
 
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