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Las acciones militares entre los países beligerantes comenzaron luego de que el gobierno boliviano decidiera unilateralmente aumentar el impuesto a los exportadores de salitre. Aun no declarada la guerra, en febrero de 1879 el ejército chileno ocupó sin resistencia el puerto boliviano de Antofagasta y avanzó al mes siguiente hacia el interior de la provincia, donde ocurrió el primer enfrentamiento armado con la batalla de Topater y que conllevó a la captura de Calama, punto de aprovisionamiento de las tropas bolivianas.

Sin embargo, el desafío más complejo que tuvieron que enfrentar las tropas chilenas se inició con el traslado de las acciones militares a territorio peruano, ya que el mando chileno debió organizar el envío de sus fuerzas a un territorio tan hostil y lejano de los principales centros poblados, como es el desierto de Atacama, además de organizar las líneas de aprovisionamiento. Por estos motivos, el control del mar era esencial para lograr el triunfo, pues era indispensable neutralizar a los blindados de la armada peruana que representaban un serio riesgo para el traslado de los contingentes militares por vía marítima. Esta primera etapa de la guerra culminó en octubre de 1879 con la captura del monitor Huáscar y es conocida como Campaña Marítima, en la cual la armada chilena tomó el control de la costa del Pacífico, permitiendo que el resto de la guerra se desarrollara en territorio extranjero, de manera que el país no se vio expuesto a invasiones ni a bombardeos.

La estrategia diseñada por el comando civil para las fuerzas armadas chilenas, consistía en que las unidades terrestres, protegidas por la artillería naval, debían desembarcar al norte de la región que se deseaba capturar. De esta manera, se impedían las comunicaciones con el resto del país y se sometía a la resistencia armada en conjunto con las tropas que simultáneamente avanzaban por tierra desde el sur. Esta maniobra fue puesta en práctica en noviembre de 1879 con el inicio de la segunda etapa de la guerra, conocida como Campaña Terrestre, cuando se efectuaron los desembarcos en Pisagua (1879), Ilo (1880) y Paracas (1880). Estas operaciones permitieron a las tropas chilenas adentrarse poco a poco en territorio peruano hasta lograr la captura de Lima, en enero de 1881.

La ocupación militar del Perú (1881-1884) significó que la guerra entrara en una fase más compleja para las fuerzas armadas chilenas, porque debieron enfrentar a un enemigo organizado en guerrillas y montoneras, mucho más escurridizo que cuando tenía la forma de un ejército regular. La resistencia peruana estaba dividida en dos fuerzas: el Ejército de la Sierra, constituido por los restos del ejército peruano luego de la pérdida de su capital, se retiró hacia la sierra desde donde intentó hostilizar a las fuerzas de ocupación. El Ejército del Sur, por su parte, formado por tropas montoneras, fue el último foco de resistencia peruana. Ambas fuerzas fueron abatidas, respectivamente, en julio de 1883 en Huamachuco y en octubre del mismo año, hechos que marcaron el fin del conflicto. El término de la resistencia peruana permitió a Chile consolidar por la vía diplomática, las conquistas territoriales que habían alcanzado sus fuerzas armadas.

Además de las implicancias económicas, políticas y territoriales propias del conflicto armado, la dimensión social y humana de la Guerra del Pacífico se vio reflejada tanto en los testimonios de sus protagonistas, como en el registro gráfico del conflicto. Con todo, la Guerra del Pacífico suscitó gran interés para la historiografía decimonónica y de comienzos del siglo XX, encontrándose un gran número de obras al respecto.