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La vida no está en nuestras manos,
está en nuestros sueños

Alberto Rojas Jiménez




Injustamente desaparecida de la memoria literaria nacional, esta generación de poetas y prosistas se desarrolló y consumió en los agitados años de la década de 1920, y la obra de la mayoría de sus integrantes quedó oculta bajo la sombra inmensa de Pablo Neruda, con el que compartieron las noches de bohemia y exceso y los primeros pasos en el oficio literario. Sólo se salvaron de este olvido, y relativamente, los nombres de Alberto Rojas Jiménez y Romeo Murga, y acaso el de Rubén Azócar por su posterior obra en prosa.

Como dice Jorge Teillier en un artículo sobre Romeo Murga, es este "un grupo de poetas que en su mayoría conservan un tono de exacerbado romanticismo, con una dicción elegíaca y melancólica, preocupados de cantar en forma directa y sentimental -poesía hecha de sentimientos, no de razonamientos-", y en el cual el retorno a la provincia como ideal bucólico o a la infancia como temática no son para nada ajenos, y comparten espacio con la oda amante y una visión ciertamente melancólica, a ratos incluso angustiante, de la existencia que acompañó a estos poetas de manera constante. La bohemia, los excesos y una vida en desorden permanente, llevaron a muchos de ellos a muertes tempranas, enfermedades crónicas como la tuberculosis y estadías en la cárcel, todo muy de acuerdo a las vidas extremas de sus poetas de cabecera: Baudelaire, Verlaine y Rimbaud.

Aunque sus límites no son del todo nítidos como generación, en este grupo podemos ubicar a poetas y escritores como el propio Neruda, Murga, Rojas Jiménez, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Armando Ulloa, Víctor Barberis, Rubén Azócar, Raimundo Echevarría Larrazábal y Alejandro Vásquez, pudiéndose agregar más tarde, con algo de flexibilidad, Gerardo Seguel, Tomás Lago, Luis Enrique Délano, Samuel Letelier Maturana y Antonio Rocco del Campo, según señala el propio Teillier.

Muchos de estos poetas hicieron sus primeras armas en las Fiestas de la Primavera y al alero de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y sus revistas Juventud y Claridad, puesto que un gran número de ellos eran estudiantes del Instituto Pedagógico de dicha casa de estudios, como Neruda, Murga, Azócar, Ulloa y Barberis.

Aún cuando se han realizado algunos intentos parciales de rescate de la obra poética de la generación de 1920, esta permanece casi completamente en el desconocimiento, y muchos de los miembros de este grupo han pasado a la historia más como miembros de la “banda negra” de Neruda -como la llamaba el poeta Pablo de Rokha-, que como creadores originales y dueños de una voz propia. Es el caso de Armando Ulloa y Joaquín Cifuentes Sepúlveda, quienes han sido objeto de algunos estudios y números especiales de revistas literarias, sin obtener todavía el reconocimiento que merecen más allá de reducidos círculos poéticos e intelectuales. Aún está pendiente la deuda de rescate y difusión de una obra que, en buena medida, prefigura los caminos de la poesía chilena en las primeras décadas del siglo XX, pero que se vio truncada, entre otras cosas, por la muerte prematura de la mayoría de sus integrantes.